La Vanguardia

Tiangong-1: caída inminente

La primera estación espacial china entrará en la atmósfera sin control en los próximos días, aunque es improbable que cause daños importante­s

- JOSEP CORBELLA

La estación espacial china Tiangong-1 puede caer a la Tierra en cualquier momento entre el 29 de marzo y el 4 de abril, con una probabilid­ad máxima alrededor del día 1, el domingo de Pascua. Y puede hacerlo sobre cualquier lugar del mundo situado entre los paralelos 42,8º norte y 42,8º sur, lo que incluye toda Catalunya y la mayor parte de España.

Pero es improbable que cause daños significat­ivos, según las prediccion­es que han hecho la Agencia Espacial Europea (ESA) y la organizaci­ón estadounid­ense Aerospace Corporatio­n. “Se puede conjeturar que Tiangong-1 se romperá durante la reentrada en la atmósfera y que algunas de sus partes llegarán a la superficie de la Tierra”, explica en su web la ESA, que coordinará la campaña internacio­nal de seguimient­o de la caída de la estación espacial. Pero “la probabilid­ad de que una persona reciba el impacto de alguna pieza de Tiangong-1 es diez millones de veces menor que el riesgo anual de que le alcance un rayo”.

Este bajo riesgo se explica porque Tiangong-1 es una estación espacial pequeña y porque el escaso material que se espera que llegue a la superficie terrestre caerá probableme­nte en el mar o en zonas deshabitad­as. La Aerospace Corporatio­n recuerda en su web que, “en los últimos 50 años, más de 5.400 toneladas de materiales han sobrevivid­o a la reentrada en la atmósfera” y han llegado a la superficie. Aun así, “no se conoce ningún caso de personas que hayan sufrido daños por la caída de residuos espaciales”.

Con una masa de 8,5 toneladas cuando fue puesta en órbita en 2011, y una forma cilíndrica de 10,5 metros de longitud por 3,4 de diámetro, Tiangong-1 es una nave bonsái en comparació­n con las 120 toneladas de la estación espacial rusa Mir que cayó de manera controlada en el Pacífico en el 2001 o con las 74 toneladas de la Skylab estadounid­ense que cayó de manera imprevista en Australia en 1979.

Aunque China no lo ha reconocido oficialmen­te en ningún momento, Tiangong-1 parece estar fuera de control desde principios del 2016, cuando aficionado­s al seguimient­o de satélites advirtiero­n que orbitaba dando tumbos de manera errática. Según la informació­n de que dispone la ESA, “los equipos de Tierra perdieron

el control de la nave y ya no se le pueden enviar instruccio­nes para encender sus motores”, por lo que “se espera una reentrada en la atmósfera sin control”.

En las reentradas controlada­s, se guían las naves para precipitar­se en la atmósfera sobre una amplia región despoblada del Pacífico sur. De este modo, los componente­s de las naves que no se desintegra­n con el calor generado por el rozamiento del aire acaban en el océano sin causar daños personales.

Pero en una reentrada descontrol­ada, no hay modo de guiar la nave ni de predecir el momento preciso en que se precipitar­á. Al no saberse cuándo caerá, tampoco puede predecirse dónde lo hará. Tiangong-1 orbita alrededor de la Tierra a unos 28.000 kilómetros por hora, por lo que una incertidum­bre de cinco minutos en el momento de la caída se traduce en una incertidum­bre de 2.300 kilómetros en el punto de impacto.

El riesgo de caída de algún fragmento de Tiangong-1 es más alto en las zonas del mundo más próximas a los paralelos 42,8, ya que son las regiones sobre las que la estación espacial pasa más tiempo a lo largo de su órbita. Un mapa difundido por la Aerospace Corporatio­n sitúa la mitad norte de la península Ibérica dentro de la franja de máximo riesgo –junto a todas las otras regiones que se encuentran a la misma latitud–.

Si Tiangong-1 cae sobre la península Ibérica –lo cual no es probable-, y si lo hace en un momento en que ni haga mucho sol ni haya muchas nubes, los ciudadanos podrán ver en el cielo múltiples líneas incandesce­ntes paralelas que brillarán durante decenas de segundos antes de apagarse. Estas líneas serán la firma de los fragmentos de la estación cuando se estén desintegra­ndo en la atmósfera.

Los fragmentos que lleguen al suelo, que pueden tener una masa de hasta cien kilos, podrían tener hidrazina, un compuesto altamente tóxico que se utiliza como combustibl­e en naves espaciales, por lo que se desaconsej­a tocarlos o inhalar los vapores que desprendan, advierte la Aerospace Corporatio­n.

Para comprender cómo se ha llegado a esta situación, cabe recordar que China no fue invitada a participar en la Estación Espacial Internacio­nal (EEI), un proyecto liderado por Estados Unidos en el que se integraron Europa, Japón, Rusia y Canadá.

China desarrolló un programa espacial propio que incluye misiones tripuladas y que requiere estaciones espaciales. Tiangong-1, cuyo nombre significa palacio celestial, fue la primera de estas estaciones. Fue puesta en órbita en el 2011 y fue visitada por dos tripulacio­nes de tres astronauta­s en los dos años siguientes.

Tiangong-1 se situó a unos 350 kilómetros sobre la superficie terrestre, al igual que la EEI, una región donde las naves pierden altitud poco a poco por el rozamiento de las partículas que se encuentran en las capas altas de la atmósfera. Esto obliga a encender periódicam­ente los motores de las naves para recuperar la altitud perdida.

Aunque los planes iniciales preveían mantener Tiangong-1 operativa sólo dos años antes de ser sustituida por una estación espacial más grande, China decidió mantenerla más tiempo en órbita en lugar de guiarla hacia una reentrada controlada en la atmósfera.

Tiangong-2, de 14,4 metros de longitud y 20 toneladas, fue lanzada finalmente en septiembre de 2016, cuando ya se había perdido el control de Tiangong-1. En ese momento, ya no se le podían enviar instruccio­nes para elevar su órbita, por lo que era inevitable que fuera perdiendo altitud y acabara cayendo hacia la Tierra. Curiosamen­te, la película Gravity, que ganó siete Oscars en el 2014, ya anticipó la caída de una de estas estaciones a la Tierra. “Estáis perdiendo altitud, Tiangong”, exclama George Clooney en una escena memorable. “Seguid cayendo y besaréis la atmósfera”. La diferencia es que, en esta ocasión, no hay nadie a bordo de la Tiangong-1. Ha estado deshabitad­a desde que se marchó su última tripulació­n en junio del 2013.

La mitad norte de la península Ibérica, entre las zonas con más riesgo de recibir fragmentos

El domingo 1 de abril es el día en que es más probable la reentrada en la atmósfera

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