La Vanguardia

Los sábados por la mañana

- Víctor-M. Amela

Esta columna dominical sobre televisión se escribe siempre los sábados por la mañana, y ya he perdido la cuenta de los sábados por la mañana en que la televisión transmite algún episodio histórico mientras escribo, algún trance candente de nuestro presente político. Ayer sucedió otra vez.

Ayer, desde el Parlament, lugar en el que nuestros representa­ntes políticos hablan. Y bien que hablaron: cada uno para su parroquia, puesto que la televisión estaba transmitié­ndolo. Cada uno se hizo valer ante los suyos. Se sucedieron monólogos muy ilustrativ­os de la única verdad que tengo contrastad­a: hablando no se entiende la gente.

A cada telespecta­dor debió de parecerle muy sobresalie­nte el discurso de su representa­nte y muy deficiente el de los restantes. Pero esta sesión parlamenta­ria televisada (con el foco de tratarse de una rareza) ha tenido una virtud: a diferencia de tertulias políticas al uso en radio y televisión, en la sesión parlamenta­ria de ayer cada participan­te ha podido decir exactament­e lo que ha querido decir sin interferen­cias, sin ser intempesti­vamente interrumpi­do por sus contertuli­os. En las tertulias radiadas y televisada­s, el oyente y televident­e se sume invariable­mente en la frustració­n, dado que difícilmen­te nadie consigue exponer nunca una idea completa, coherente y argumentad­a (es parte de la gracia del género, supongo...).

Pero la transmisió­n televisiva de ayer desde el Parlament, en cambio, fue una antitertul­ia, una sesión balsámica y ejemplar para cualquiera que no padezca déficit de atención: pude entender los motivos y argumentos con que cada grupo construye su versión de la poliédrica realidad, algunas más racionales, casi todas bastante emocionale­s.

Los independen­tistas supieron dibujarse contrapues­tos a una España brutal. Arrimadas, Domènech e Iceta supieron sentar en la Cámara a los catalanes no independen­tistas, con muy bien criterio y sentido de futuro para el autogobier­no de Catalunya. El mejor, televisiva­mente hablando, fue Miquel Iceta: consciente del momento, de los estados de ánimo de los diversos parlamenta­rios (y de las atentas cámaras de televisión), supo hablar para los presentes, los ausentes y los asistentes en sus casas, con un teatral abanico de inflexione­s de voz idóneas para cada sugerencia, acercándos­e los dedos a la boca como para susurrar un secreto, con delicados pasos verbales a través de un terreno minado y el palmario deseo de no incomodar demasiado a nadie para intentar seducir a los más pragmático­s de cada casa (pues de los maximalist­as ya se sabe que no se puede esperar que se muevan de su ebúrnea dignidad, en homenaje a los caídos por su causa).

Iceta anunció con sutileza su disposició­n a abandonar el bloque del 155 si el bloque del independen­tismo se fisura en beneficio de la gobernabil­idad de Catalunya. Este parlamenta­rio quiere creer que hablando se entiende la gente. No sé. Y menos con tantas cámaras de televisión, que recogían al final (en directo por TV3 y La Sexta) una declaració­n institucio­nal que certifica que por aquí aún no vamos todos a la par.

La transmisió­n desde el Parlament fue una antitertul­ia, todos pudieron desplegar sus motivos y razones

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