Los sábados por la mañana
Esta columna dominical sobre televisión se escribe siempre los sábados por la mañana, y ya he perdido la cuenta de los sábados por la mañana en que la televisión transmite algún episodio histórico mientras escribo, algún trance candente de nuestro presente político. Ayer sucedió otra vez.
Ayer, desde el Parlament, lugar en el que nuestros representantes políticos hablan. Y bien que hablaron: cada uno para su parroquia, puesto que la televisión estaba transmitiéndolo. Cada uno se hizo valer ante los suyos. Se sucedieron monólogos muy ilustrativos de la única verdad que tengo contrastada: hablando no se entiende la gente.
A cada telespectador debió de parecerle muy sobresaliente el discurso de su representante y muy deficiente el de los restantes. Pero esta sesión parlamentaria televisada (con el foco de tratarse de una rareza) ha tenido una virtud: a diferencia de tertulias políticas al uso en radio y televisión, en la sesión parlamentaria de ayer cada participante ha podido decir exactamente lo que ha querido decir sin interferencias, sin ser intempestivamente interrumpido por sus contertulios. En las tertulias radiadas y televisadas, el oyente y televidente se sume invariablemente en la frustración, dado que difícilmente nadie consigue exponer nunca una idea completa, coherente y argumentada (es parte de la gracia del género, supongo...).
Pero la transmisión televisiva de ayer desde el Parlament, en cambio, fue una antitertulia, una sesión balsámica y ejemplar para cualquiera que no padezca déficit de atención: pude entender los motivos y argumentos con que cada grupo construye su versión de la poliédrica realidad, algunas más racionales, casi todas bastante emocionales.
Los independentistas supieron dibujarse contrapuestos a una España brutal. Arrimadas, Domènech e Iceta supieron sentar en la Cámara a los catalanes no independentistas, con muy bien criterio y sentido de futuro para el autogobierno de Catalunya. El mejor, televisivamente hablando, fue Miquel Iceta: consciente del momento, de los estados de ánimo de los diversos parlamentarios (y de las atentas cámaras de televisión), supo hablar para los presentes, los ausentes y los asistentes en sus casas, con un teatral abanico de inflexiones de voz idóneas para cada sugerencia, acercándose los dedos a la boca como para susurrar un secreto, con delicados pasos verbales a través de un terreno minado y el palmario deseo de no incomodar demasiado a nadie para intentar seducir a los más pragmáticos de cada casa (pues de los maximalistas ya se sabe que no se puede esperar que se muevan de su ebúrnea dignidad, en homenaje a los caídos por su causa).
Iceta anunció con sutileza su disposición a abandonar el bloque del 155 si el bloque del independentismo se fisura en beneficio de la gobernabilidad de Catalunya. Este parlamentario quiere creer que hablando se entiende la gente. No sé. Y menos con tantas cámaras de televisión, que recogían al final (en directo por TV3 y La Sexta) una declaración institucional que certifica que por aquí aún no vamos todos a la par.
La transmisión desde el Parlament fue una antitertulia, todos pudieron desplegar sus motivos y razones