Corrupción de menores
Las prácticas sexuales son comportamiento eróticos con una, dos o más personas del mismo sexo o diferentes con la finalidad de satisfacer el deseo sexual”. Así se lee en una guía para niños de 8 a 13 años editada en Baleares. Invito al lector, por otro lado, a leer algunas leyes relacionadas con LGTB aprobadas en parlamentos autonómicos. Asimismo, en no pocas escuelas de España se imparte una “formación” sexual más propia de un zoológico que del ser humano.
Con información y formación sexual de este tipo, con una cultura erotizada a tope, la pornografía al alcance de todos y en todo momento, muchos anuncios y escenas en televisión, etcétera, no son de extrañar hechos tan desastrosos como el producido semanas atrás en un pueblo jienense en que un niño de nueve años fue violado en grupo por compañeros suyos de entre 12 y 14 años.
Al difundirse la noticia el impacto fue grande. No es para menos, pero colectivamente cometemos la inmensa torpeza de condenar las consecuencias de actos nefastos, a la vez que fomentamos las causas que los facilitan. Podría aplicarse lo mismo en relación a violaciones de mujeres. Cuando se ha separado sexo y amor puede darse toda violencia sexual, y más en una sociedad en que se instiga continuamente a la búsqueda del placer personal sin unirlo al amor y respeto al otro. El conocido juez Emilio Calatayud ha puesto en evidencia el daño que está causando en niños y jóvenes la pornografía en los móviles.
La indignación ante esa noticia es una muestra de hipocresía de nuestra sociedad. A quien se exprese en contra de tanta erotización se le acusa de intolerante y enemigo de la libertad, además del consabido atributo de retrógrado. Puede incluso ser denunciado, multado o dar con sus huesos en la cárcel en aplicación de leyes sectarias relacionadas con temas de sexualidad.
La formación sexual es importante. Compete particularmente a los padres y no es tarea fácil. Requiere formarse y tener la sensibilidad y el coraje de plantear tales asuntos de manera natural y gradual según la edad y madurez de los niños, incluso adelantándose un poco a sus lógicas preguntas. La clave en esta función educativa doméstica no radica en alcanzar grandes conocimientos, sino en tener claro que cuanto tiene relación con el sexo humano no puede aislarse del conjunto de la persona y de sus fines. Saber que una educación sexual puramente biológica implica cercenar la persona, disminuirla, porque olvida las dimensiones intelectual y espiritual. Es educación para el amor.
Es una tarea en que la escuela, de forma especial los centros de inspiración cristiana, puede ayudar mucho a los padres. Algunos ya lo hacen, pero no pocos se quedan en lo biológico.
En la formación para el amor tienen también su papel las parroquias, casals, esplais, clubs juveniles y centros católicos. No hace falta que entren en muchos detalles, que por otro lado los chicos y chicas ya saben de sobra, sino impartir una formación muy clara en las virtudes y la moral cristiana, respeto a las personas, saber que el uso del sexo debe estar acorde con unos tiempos y situaciones, y exponer las consecuencias de haber separado sexo y amor.
Décadas atrás la formación cristiana en esta materia fue represiva. Tan polarizada que parecía que sólo el sexto mandamiento era importante. Ni se nombraba, tratándolo como un tabú, pero todo el mundo entendía que violar aquello era muy grave. Hoy el péndulo se ha detenido en el extremo opuesto. En modo alguno se le considera un tabú pero se deja de hablar porque buena parte de los principios cristianos en este campo chocan con criterios imperantes en el mundo. Decir determinadas cosas no sólo es políticamente incorrecto, sino que puede generar hostilidad, críticas y hasta alguna deserción.
Hoy nadie critica al cristianismo por el enunciado de un dogma teológico que ni conoce ni suele interesar a la gente, pero sí por temas como el aludido. Pero el cristianismo es signo de contradicción. No es buena señal pretender ser siempre reconocido, aplaudido, bien considerado. Algo no funciona si a un cristiano, por serlo y por lo que dice y hace, todos le alaban y aplauden.
Una educación sexual puramente biológica implica cercenar la persona, disminuirla, porque olvida las dimensiones intelectual y espiritual