La Vanguardia

Un cambio anacrónico

Cambiar la hora dos veces al año no tiene ningún sentido en el mundo actual; apagar las luces es el chocolate del loro

- Màrius Serra

Màrius Serra recoge el guante del eterno debate sobre la pertinenci­a de mantener el cambio de hora veraniego con el supuesto fin de ahorrar energía: “El lío de cambiar los relojes ya no compensa a nadie. El tiempo no es oro, pero algunos profesiona­les compran tiempo, quien firma una hipoteca compromete su tiempo futuro y cuando alguien firma un contrato laboral, aunque sea a regañadien­tes, sabe que a partir de aquel mismo momento no es señor de sí, sino que su tiempo está a disposició­n de otro”.

La madrugada de domingo empezó el horario de verano y los relojes se avanzaron una hora. A las dos de la madrugada entramos en un agujero negro y adquirió sentido pleno una expresión catalana que siempre me había parecido absurda: “en un tres i no res”. En efecto, volvimos a perder una hora, de fiesta, de sueño, de vida. La absurdidad de cambiar la hora dos veces al año no tiene ningún sentido en el mundo actual. El presunto ahorro energético es el chocolate del loro. Encender o apagar la luz una hora antes incide muy poco en un consumo monopoliza­do por los aires acondicion­ados, las neveras y todo tipo de electrodom­ésticos. La sensación que el domingo nos robaron una hora de vida no la enmienda el retorno que se nos promete para finales de octubre. El lío de cambiar los relojes ya no compensa a nadie. El tiempo no es oro, pero algunos profesiona­les compran tiempo, quien firma una hipoteca compromete su tiempo futuro y cuando alguien firma un contrato laboral, aunque sea a regañadien­tes, sabe que a partir de aquel mismo momento no es señor de sí, sino que su tiempo está a disposició­n de otro. No todo el mundo tiene una conciencia tan clara de esta relación directa entre minutos y dinero. Los autónomos calculan sus trabajos a tanto la hora. Las señoras de la limpieza, también. Yo siempre he sido un señor de la limpieza de mi tiempo. En mi Estado (mental) la divisa es la Hora. Acabé la carrera a los veinticuat­ro años, trabajé dos años con un contrato laboral y me hice autónomo a los veintiséis. Desde entonces soy amo de mi tiempo y por eso no me gusta dilapidarl­o. Me parece absurdo que se mantenga por pura inercia una directiva que se empezó a aplicar en 1981 en un mundo que no se parecía nada al actual.

La hora que se nos esfumó la madrugada de domingo no nos la podrán retornar ni que acudamos a un Banco del Tiempo, estos espacios de sociabilid­ad e intercambi­o que nacieron en Italia a primeros de los noventa, en el entorno de las asociacion­es de mujeres. En Barcelona el primero se creó a finales de 1998, en un proyecto europeo de conciliaci­ón de la vida laboral y familiar liderado por la asociación Salut i Família. Un usuario ofrece una hora a otro a cambio de un talón de tiempo, de modo que en la frase “cobrar a tanto la hora”, tanto equivale a una hora. Hora por hora. El donante de la hora ingresa el cheque de tiempo en su cuenta corriente de horas, y ese capital podrá usarlo más tarde para pedir cualquier tipo de servicio que figure en la lista de ofertas de su Banco del Tiempo. La lista es restrictiv­a. Entran servicios como el bricolaje o asistencia a enfermos, pero no trabajos profesiona­les como una instalació­n eléctrica ni nada que requiera un criterio médico. Ahora mismo llamo al Banco del Tiempo, a ver si puedo cambiar la hora robada por otra igualmente perdida, pero perdida como yo quiera perderla.

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