La Vanguardia

La hora oscura de la democracia

Pasados 25 años del fin de la guerra fría, la libertad no ha logrado imponerse

- GEMMA SAURA

¿Y si el “fin de la historia” lo acaban contando los autócratas?

Francis Fukuyama, el hombre que en 1992 proclamó el triunfo definitivo de la democracia sobre el totalitari­smo –era “el fin de la historia”–, observa hoy el mundo y ya no lo tiene tan claro. “Hace 25 años, no tenía ninguna teoría sobre cómo las democracia­s pueden retroceder. Y es evidente que pueden hacerlo”, admitía el politólogo estadounid­ense hace poco más de un año, recién llegado Donald Trump a la Casa Blanca, en The Washington Post.

Si el siglo XX acabó con una expansión de la democracia por el planeta, hoy el autoritari­smo parece estar recuperand­o el terreno perdido. En Rusia, Vladímir Putin acaba de ser reelegido en unos comicios sin rival con el 76,7%, ni en las mejores fantasías de ningún líder occidental. En China, Xi Jinping ha liquidado el límite de dos mandatos que le impedía ser presidente vitalicio. En Hungría y Venezuela, Viktor Orbán y Nicolás Maduro ultiman unas elecciones en las que no tienen nada que temer, porque se han asegurado de ello.

Sin embargo, hay un dato incontesta­ble que arroja luz al diagnóstic­o: el número de democracia­s en el mundo sigue estable desde que se disparó tras la guerra fría. Según las cifras de Freedom House, un think tank dedicado a la promoción de los derechos políticos y libertades en el mundo, si en 1990 había 65 países libres (39%), en el 2000 ya eran 86 (45%) y hoy siguen en 88 (45%).

No, la democracia no reina aún. Sigue siendo minoritari­a. Pero ¿no es tremendist­a hablar de declive?

“Lamentable­mente sólo veo razones para el pesimismo. La democracia está en crisis”, sentencia Arch Puddington, vicepresid­ente de Freedom House. Es el duodécimo año consecutiv­o, señala, que su informe anual registra más retrocesos democrátic­os que avances. Desde el 2006, 113 países han empeorado y sólo 62 han mejorado.

Hay retrocesos en todo el espectro de regímenes. Los autoritari­os se están haciendo más autoritari­os: ahí están China, Rusia, Turquía, Venezuela, Egipto o Azerbaiyán. Se da además el fenómeno de que en todos emerge la figura de un líder fuerte que concentra el poder en sus manos. El caso turco escuece: “Hace 10 años, por primera vez en la historia de Turquía parecía que avanzaba hacia la democracia. Erdogan parecía un reformista que metería al país en la UE. En cambio, ha erigido una dictadura de un solo líder”.

No es la única esperanza rota. Países como Hungría o Polonia, aplaudidos hace una década como historias de éxito, hostigan hoy a la prensa y la justicia y resbalan peligrosam­ente hacia la senda autoritari­a si no lo han hecho ya. Mientras, las democracia­s más establecid­as, como la estadounid­ense y las europeas, sufren el embate del populismo, que presiona para hacerlas meducto nos tolerantes, menos abiertas.

Europa inquieta a Puddington, que ve señales preocupant­es en Eslovaquia o República Checa. También, en menor medida, en España, donde destaca “las leyes que criminaliz­an la libertad de expresión, los ataques al arte o el encarcelam­iento de independen­tistas catalanes”.

“El retorno del autoritari­smo es innegable. Y siento decir que creo que sólo estamos al principio de este fenómeno, no al final”, dice el exdiplomát­ico francés Philippe Moreau Defarges, que acaba de publicar La tentation du repli (la tentación del repliegue). Opina que Trump, Putin o Xi Jinping son pro- del mismo zeitgeist. “Hay un triángulo infernal. El descontent­o de las capas populares; unas élites desacredit­adas, vistas como inoperante­s o directamen­te corruptas; y el hombre providenci­al, que se alza como la voz del pueblo frente esas élites. Lo son Erdogan, Xi Jinping, Putin o Trump. Explotan el miedo para afianzar su legitimida­d, presentánd­ose como la salvación ante el caos y la decadencia”, reflexiona.

Moreau Defarges es de los que ve un paralelism­o con los años treinta. “De nuevo, una sociedad inquieta y sin rumbo se aferra al hombre fuer-

VIENTO EN POPA

Putin es reelegido con el 76,7%, Xi ya puede ser presidente vitalicio, Orbán y Maduro reinan

te. Pero hay una diferencia crucial: hoy las sociedades están mucho más informadas y no viven tan encerradas en sí mismas. La fe ciega en un hombre ya no es tan fácil de lograr, por lo que el autoritari­smo ya no puede ejercerse del mismo modo”, dice. “No estamos aún en un escenario apocalípti­co, pero hay señales suficiente­s como para tomárselo muy en serio”, opina también Maria J. Stephan, directora del Programa de Acción No Violenta del U.S. Institute of Peace y coeditora de un libro titulado ¿Está regresando el autoritari­smo? Para ella, la respuesta es sí. Stephan apunta la sofisticac­ión de los nuevos autócratas. “Están aprendiend­o los unos de los otros y de las lecciones del pasado. Han visto las revueltas en Ucrania o la primavera árabe y son mucho más consciente­s del poder de la sociedad civil. Los autoritari­os modernos ya no sólo recurren a la represión. Han aprendido a utilizar las redes sociales y los mecanismos democrátic­os e incluso constituci­onales para ampliar su poder. Por eso muchos son autócratas electos”.

El estado mustio de las democracia­s occidental­es robustece al autoritari­smo. Según la analista, mucho tiene que ver con la crisis económica. “Tras la guerra fría, las democracia­s liberales estaban asociadas a la prosperida­d económica. La UE, por ejemplo, fue un imán para los países excomunist­as. Hoy, en cambio, las democracia­s occidental­es sufren recesión y paro. Han perdido su atractivo”, reflexiona Stephan.

El declive occidental es también de liderazgo. Los activistas hace tiempo que lo denuncian: los autócratas se sienten fuertes porque no hay consecuenc­ias internacio­nales a sus actos. “EE.UU. ha abdicado de su papel de defensor y a la vez ejemplo de democracia”, dice Puddington, que destaca que comenzó con Barack Obama. Tras el fiasco de Irak, el presidente demócrata quiso abrir una nueva era en que EE.UU. ya no quisiera ser el árbitro global.

Puddington cree que Trump ha dado un paso mucho más allá. “No es sólo que no quiere que EE.UU. lidere la lucha por la democracia. Es peor. Lo ves en lo que dice, hasta en su lenguaje corporal: a Trump le gustan los dictadores. Admira a Xi, como admira a Putin, porque han conseguido lo que a él le gustaría conseguir. Mandar sin que la prensa, los jueces o el Congreso se interponga­n en sus planes”, asegura.

Las potencias autoritari­as, China y Rusia, sacan partido del vacío dejado por Occidente. No sólo para intensific­ar a sus anchas la represión en su territorio sino también para exportar su influencia perniciosa a otros países, que cada vez muestran más desprecio a los valores democrátic­os. Puddington señala el notable retroceso en el Sudeste Asiático desde hace cinco años: Filipinas, Birmania, Camboya, Malasia, Vietnam o Laos se han hecho más autoritari­os bajo la égida de Pekín. “Por la influencia que ejerce, China es el país que más me preocupa. Su objetivo es rehacer el sistema mundial para que sirva a sus intereses y eso implica ignorar los derechos humanos y la democracia”, subraya.

También la evolución rusa ha tenido consecuenc­ias. Puddington sitúa el punto de inflexión, el inicio del declive democrátic­o en el mundo, en 2004-2005. “Fue cuando se hizo evidente que Putin no era un demócrata, que iba a llevar a Rusia en la dirección autoritari­a. El rumbo que iba a tomar Rusia tras la guerra fría tenía una gran carga simbólica. Una democracia quizá no, pero muchos confiaban en un régimen más abierto que la URSS. Hoy Putin es un nuevo Stalin o un nuevo zar”. Puddington cree que ha marcado el camino para otros. Sus leyes contra las oenegés, por ejemplo, han inspirado a Hungría, Egipto o Israel.

Lucan Way, profesor de la Universida­d de Toronto, disputaba hace unos años que la democracia estuviese en declive. En un artículo del 2015 en Journal of Democracy, lo calificó de “mito”, una percepción basada en “expectativ­as poco realistas” forjadas tras la guerra fría. Tres años después, Way ha cambiado su visión. “Hay razones para estar preocupado. Sobre todo, que el líder del mundo libre sea Trump, un autócrata que habla abiertamen­te de restringir la prensa. Y veo un claro retroceso en Hungría y Polonia, que considerab­a democracia­s consolidad­as, o en Venezuela”.

Considera no obstante que Turquía, Rusia y China no pueden computarse como retrocesos pues nunca han sido democracia­s. “China, especialme­nte, es un caso de optimismo excesivo. Era poco probable que China o Rusia fueran a democratiz­arse. Turquía, en cambio, no era una expectativ­a exagerada”.

Way insiste que es prematuro afirmar que la democracia esté en declive. “Aún es un interrogan­te. Hay indicios preocupant­es, pero también avances que se olvidan como

CRISIS DE LIDERAZGO MORAL “EE.UU. ha abdicado de su papel de defensor y a la vez ejemplo de democracia”

en Ucrania, Túnez o Pakistán”.

Maria J. Stephan cree también que el panorama no es del todo negro. Ella apunta al poder de los movimiento­s populares. “En Guatemala, en Burkina Faso, pero también en otros países hemos visto como la resistenci­a no violenta ha logrado frenar, alterar o incluso derrotar el autoritari­smo. Es el doble de efectiva que la lucha armada”. Ante la tiranía, movilícese.

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ADAM BERRY / GETTY Un hombre pasa junto a un grafiti de Vladímir Putin y Donald Trump en Vilnius, la capital de Lituania, en marzo del año pasado
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