La Vanguardia

Un nuevo Mao para la China del siglo XXI

- ISIDRE AMBRÓS

En las últimas semanas el presidente chino Xi Jinping ha acaparado la atención mundial por su acumulació­n de poder. En apenas cinco años ha conseguido proyectars­e como una reencarnac­ión de Luis XIV (“el Estado soy yo”) en la China comunista del siglo XXI. En este tiempo ha logrado acumular el liderazgo del Partido Comunista, del Ejército y del Estado, por tiempo ilimitado, algo que ningún líder había alcanzado desde Mao.

Xi no es, sin embargo, un autócrata que ejerce el poder a su antojo. Utiliza la estructura del partido para aplicarlo y extiende su influencia a todos los campos, desde la economía a las redes sociales, pasando por el ejército y el medio ambiente, a través de sus hombres de confianza, que ha situado en los puestos clave del Estado. Una estrategia que forma parte de su idea de que el partido debe ejercer su liderazgo en todo el país y tenerlo todo bajo control, a la vez que el domina al partido.

Su afán por dominarlo todo no le ha granjeado, sin embargo, la antipatía de los chinos, sino todo lo contrario. Su feroz campaña anticorrup­ción, en la que 1,5 millones de cargos comunistas han sido sancionado­s, ha sido bien recibida, al igual que sus promesas de modernizar el país y erradicar la pobreza.

Poco importa que haya silenciado cualquier voz crítica con el régimen y haya encarcelad­o a abogados, disidentes y activistas pro derechos humanos. O que haya dictado un férreo control sobre las redes sociales. Los chinos aplauden su firmeza contra los corruptos y que exija a los miembros del Politburó que le escriban informes sobre su actividad, que les devuelve corregidos.

Una coyuntura que ha dado paso al desarrollo de un culto a su figura como no se había visto desde los tiempos de Mao, entre otras cosas porque el partido no lo permitía. Una adulación que se plasma en su larga presencia en los informativ­os de televisión o en los amplios despliegue­s en los periódicos.

Xi quizás no sienta mucho aprecio por Mao, que purgó a su padre –un líder revolucion­ario– y a él lo mandó siete años al campo a reeducarse, pero no le hace ascos a que el Diario del Pueblo le llame “timonel del país y guía del pueblo”, en un gesto de comparació­n al Gran timonel.

Xi no ha dicho el tiempo que pretende permanecer en el poder, pero su ambición es pasar a la historia como el gran líder chino. Una meta que sólo alcanzará si cumple su sueño de que China se convierta en la gran nación del siglo XXI. Ambición no le falta.

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