Un líder del mundo libre muy poco ejemplar
Donald Trump nunca se ha molestado en disimular su admiración por los dictadores, autócratas o “líderes fuertes”, categoría en la que incluye al líder supremo norcoreano, Kim Jong Un; el presidente ruso, Vladímir Putin, el chino, Xi Jinping, o el filipino, Rodrigo Duterte.
Trump ha abdicado del papel de líder del mundo libre que han ejercido, cada uno a su estilo, los presidentes de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial y no siente ninguna obligación de defender los ideales de la democracia en el planeta. Lejos de censurar los usos antidemócraticos en terceros países, Trump ha bromeado sobre si no debería seguir el ejemplo del “gran” Xi, ahora que va a ser “emperador de por vida”. “Quizás deberíamos probar”, ha sugerido en dos ocasiones. Cuentan que hubo risas nerviosas en la sala.
La erosión de la democracia que desde hace unos años se observa a nivel mundial ha llegado a Estados Unidos, según Freedom House, que cada año examina la situación de los derechos políticos y libertades civiles en el planeta. Es más,“la crisis se ha intensificado a medida que los estándares democráticos de América se erosionan”, dice su último informe. Las pruebas de la injerencia electoral rusa, la violación de estándares éticos básicos por parte de la nueva Administración y su opacidad explican el retroceso democrático en EE.UU., que venía gestándose años atrás por el clima de polarización interna, afirma.
A diferencia de otros presidentes, Trump no ha renunciado a sus negocios privados (los ha traspasado a su familia), se ha negado a publicar sus declaraciones de impuestos y ha contratado a su familia en la Casa Blanca, desde donde toma decisiones clave casi sin consultar a nadie, al margen de sus responsables teóricos. Los pesos y contrapesos del sistema político estadounidense, la vitalidad de su democracia y el activismo social han frenado algunos pasos autoritarios y populistas, pero Freedom House alerta de que “los ataques sin precedentes del presidente Trump” podrían debilitar seriamente la eficacia de los mecanismos de control y el prestigio de las instituciones.
¿La justicia? “Un hazmerreír”. ¿El sistema electoral? “Un fraude”. ¿Las investigaciones del FBI? “Una caza de brujas”. ¿Las negociaciones internas del Congreso sobre presupuestos? “Ridículas”. ¿El Departamento de Estado? “El único que importa aquí soy yo”, dice el inquilino del –ahora dorado– despacho Oval, un supuesto líder del mundo libre muy poco ejemplar.