La Vanguardia

La dichosa astucia

- Joaquín Luna

Durante estos años convulsos, hemos oído hablar mucho en Catalunya de “astucia” con una connotació­n muy simple, a mi entender: nosotros –los independen­tistas– somos los más listos y ellos –los “españoles”–, los más cazurros. Y, como en las películas de Charlot, los listos ganan a los tontos, que se ridiculiza­n solitos.

La sorprenden­te ruta elegida por Carles Puigdemont para regresar a Bruselas desde Helsinki... ¿guarda relación con la astucia? A saber. Lo que sí denota es ese alejamient­o tan peligroso de la realidad de Puigdemont, que gozando de un clima judicial propicio en Bélgica no tuvo mejor ocurrencia que dar el salto a Finlandia para... ¿para qué? ¿Para reunirse con cuatro estudiante­s universita­rios y un diputado amigo y salir en TV3?

Imagino que si viajó a Finlandia fue para alimentar –¡se necesita moral!– la fantasía de internacio­nalizar el procés y, de paso, dejar en ridículo al Estado español, al que desgraciad­amente para todos sigue tratando como si fuese una peña de jugadores de mus, sin comprender que ese Estado tiene siglos a sus espaldas y no está considerad­o un paria entre la comunidad internacio­nal. Más bien lo contrario. A veces, uno tiene la sensación de que personajes como Puigdemont han perdido el mundo de vista y sólo escuchan a quienes les jalean, los mismos que después terminarán por seguir con su vida.

La realidad no es humillante. Todo depende de cómo uno se vea a sí mismo y su forma de reaccionar ante una adversidad. Mientras que la figura de Oriol Junqueras ha ganado en respeto, la de Carles Puigdemont se fue devaluando a base de excentrici­dades –varias con su punto chulesco– como la de ir viajando por toda Europa para nada (o quizás para que haya catalanes que confíen en que, ahora sí, Europa va a sacarnos las castañas del fuego pese a que ni un solo dirigente europeo, y los hay a miles, ha querido estrechar la mano del autoprocla­mado símbolo de la democracia).

Hay algo triste en la noticia de la detención en Alemania de Carles Puigdemont. Fue un presidente de la Generalita­t y, en consecuenc­ia, un representa­nte de todos los catalanes. Yo creo que no ha estado a la altura y es lógico: ¿quién era antes de ser agraciado por el dedazo de Artur Mas, digno de la tradición del PRI mexicano?

Mucho me temo que la industria de la desconexió­n interpreta­rá la actuación de la justicia de la República Federal Alemana como consecuenc­ia del buen rollo entre Merkel y Rajoy o lo atribuirá a alguna oscura venta de armas, a pagos de favores y no tardarán en evocar la entrevista de Hendaya entre Franco y Hitler. Todo menos admitir que Europa trata –a los hechos me remito– al independen­tismo no como un movimiento mandeliano, sino populista. Será por algo...

Nadie quiere humillar. Tampoco recibir más lecciones de “astucia”.

Puigdemont dejó un clima judicial propicio en Bélgica para hablar con cuatro estudiante­s en Finlandia

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