Cuando el usuario es el producto
EL escándalo protagonizado por la red social Facebook, del que ya nos hicimos eco en este espacio editorial el pasado jueves, está ocasionando importantes consecuencias en diversos ámbitos: el político, el económico y el social. En el primer apartado se incluyen las peticiones de comparecencia que la Cámara de Representantes de Estados Unidos, el Parlamento británico y el Europarlamento han hecho al fundador y consejero delegado de Facebook, Mark Zuckerberg, cuyas primeras explicaciones en las que admitía errores no han convencido pese a asumir que la empresa puede necesitar una mayor regulación para sobrevivir. También Apple ha pedido más regulación para evitar el uso fraudulento de información. Cabe recordar que en Europa el 25 de mayo entrará en vigor una nueva normativa más exigente con estas empresas en el uso de datos. Su utilización partidista en campañas electorales en países occidentales es inaceptable.
En el aspecto económico Facebook podría enfrentarse a multas de hasta dos billones de dólares si se prueba que incumplió el acuerdo sobre la privacidad de los datos de los usuarios que firmó en el 2011. Mientras, sus pérdidas en bolsa se elevan a casi 50.000 millones de dólares.
Pero nos gustaría poner un especial énfasis en el aspecto social de este escándalo, que eventualmente podría marcar un antes y un después en la confianza del usuario en las empresas tecnológicas y, por extensión, en un modelo de negocio basado en los datos. Hace años que los medios de comunicación hablamos del problema de la privacidad en las redes y la desprotección del ciudadano. Facebook es una empresa que lo sabe todo de sus usuarios –domicilio, amigos, trabajo, aficiones– y muchas empresas y gobiernos están dispuestos a pagar lo que haga falta por esos datos. Es indudable que usarlos de manera fraudulenta es una violación de los derechos de privacidad de los usuarios, pero ello no debería ser óbice para exigir al conjunto de las redes sociales una mayor protección de esos datos y un marco legal que limite su uso comercial y político.
Cada usuario debería ser el primero en extremar la vigilancia de los datos que –no lo olvidemos– expone voluntaria y públicamente en una red social, revisando las condiciones que nos proponen aunque la ironía sea que si no se aceptan esas condiciones no se puede formar parte de la red social. La autorregulación que proponen estas empresas se ha demostrado poco segura cuando no inútil y es que, en definitiva, cuando algo es gratis, como las redes o los buscadores online, es porque el usuario es el producto. Quién y cómo se regula la información y los datos personales en la red son las grandes preguntas que esperemos que el escándalo Facebook pueda ayudar a resolver.