Nacionalidad discreta (y 2)
Hace un par de semanas hablaba del enorme peso demográfico de las redes sociales. Los 1.900 millones de usuarios que cada mes se conectan a Facebook superan ampliamente los 1.400 millones de nacionales chinos. Trece de las veinte primeras posiciones en el ranking demográfico serían redes sociales si estas fueran países. Si pintásemos cada país del color de la red social más utilizada veríamos que vivimos en el planeta azul Facebook, lo que ayuda a entender la influencia de Cambridge Analytica en las elecciones estadounidenses usando datos de 50 millones de usuarios.
Admitámoslo, en un día utilizamos nuestra identidad digital de Facebook, Google, Apple, WhatsApp o Twitter decenas de veces, mientras que nuestra identidad física –o nacional– la utilizamos solo cuando viajamos, votamos y firmamos hipotecas. A efectos prácticos, nuestra nacionalidad está más determinada por los bits, y por tanto es discreta, que por los átomos del lugar donde nacemos. ¿Podría esta nacionalidad en la nube sustituir la nacionalidad física?
En China, la todopoderosa aplicación WeChat –que con 846 millones de usuarios sería el séptimo país del mundo–, ya se puede utilizar como DNI electrónico desde diciembre en la provincia de Guangdong. WeChat empezó siendo una aplicación de mensajería, se convirtió en red social y ahora prácticamente se puede vivir en ella; se puede comprar una casa, hacer transferencias, pagar facturas, impuestos y multas, invertir en fondos de inversión, pedir taxis, ligar, jugar a la lotería, descargar aplicaciones, entre otras muchas cosas. Aquí, para hacer lo mismo necesitaríamos una veintena de aplicaciones. WeChat es una aplicación-nación que se descarga en el móvil.
Pasar nuestra nacionalidad del estado-nación físico del XIX a una aplicación-nación en la nube del XXI seguro que nos aportaría muchas ventajas pero seguiríamos dependiendo de un poder central absoluto. Y si algo está centralizado es más fácilmente hackeable que si está distribuido; como muestra, el reciente hackeo de Facebook a la democracia norteamericana.
¿Podríamos conseguir que nuestra nacionalidad fuera realmente nuestra, segura, anónima al tiempo que verificable? Suena a entelequia pero tenemos un caso de éxito reciente: blockchain, la tecnología que utilizan las criptomonedas. Esta tecnología permite prescindir entidades centrales reguladoras y que sean los mismos miembros de la red que verifiquen la veracidad de las transacciones que realizan.
Si nuestra nacionalidad fuera gestionada por una cadena de bloques ya no habría necesidad de que una entidad central –Estado o aplicación– diera fe de nuestra nacionalidad; serían los mismos miembros de la red-nación quienes lo harían. Esto conllevaría que la identidad digital fuera de los ciudadanos y no de Estados ni de aplicaciones como Facebook, sería anónima, al tiempo que verificable y más importante, además de hacerla inmune a los ataques de los hackers informáticos la haría inmune a hackers sociales como Cambridge Analytica.
Una nacionalidad basada en ‘blockchain’ sería segura, verificable e inmune al ataque de hackers sociales