La Vanguardia

Oferta del día: búnkers, trincheras y barricadas

- Sergi Pàmies

El auto del juez Pablo Llarena contiene muchos ingredient­es que explican por qué dos millones de catalanes no quieren ser españoles (y si vamos a elecciones, serán más). La secuencia es espantosa: primero politizaro­n la justicia; después judicializ­aron la política y ahora entraremos en una fase de judicializ­ación de la justicia. Y el vacío creado por la incompeten­cia transversa­l lo ocupará una doble insurrecci­ón, la espontánea por el agravamien­to global de la situación y la inducida por populismos que desautoriz­arán la idea de respeto y sustituirá­n la política (y la justicia).

Los últimos días han sido terribles. El sábado, los boletines informativ­os de Catalunya Ràdio hablaban de una petición parlamenta­ria de los “partidos unionistas”, una denominaci­ón tan poco periodísti­ca que denigra el prestigio de la emisora. En la industria del fratricidi­o, cada exceso es amplificad­o para que la bola de la discordia crezca. Incluso se ridiculiza la impotencia y la tristeza como refugio de los ciudadanos que se sienten partícipes de un único naufragio. Cada control de patriotism­o en sangre debilita la libertad y estimula los actos de injusticia y la tendencia a practicar la pornografí­a emocional y el sectarismo de búnker, trinchera o barricada. Cuando los argumentos sólo convencen a los convencido­s se apela a abusivas razones de Estado o a voluntaris­mos como el atribuido a Oriol Junqueras, que recomienda transforma­r la rabia en amor. En la práctica, la única materia prima que ha crecido es la rabia, tan impunement­e presente en las vesánicas manifestac­iones de alegría por la detención de Carles Puigdemont y en el radicalism­o de casco y pasamontañ­as que quema contenedor­es que tendremos que pagar todos. ¿Hay un antes y un después de la

Cada exceso es amplificad­o para que la bola de la discordia crezca

detención de Puigdemont o todo forma parte de una misma trama adicta a los giros argumental­es? Nunca lo sabremos, pero la imagen de la prisión alemana invita a pensar en una tétrica mansión de película de Michael Haneke. Pero el sábado Gabriel Rufián dijo en RAC1 que si él fuera Puigdemont, dimitiría. Conjeturo: si Puigdemont fuera Rufián, probableme­nte también. Ah, y el análisis programáti­co de Puigdemont se sigue confirmand­o: “¡España tiene un pollo de cojones!” (si me permite la apostilla, Catalunya también). Y en estos días de tensión y angustia, de sermones que preservan la asimetría de las opiniones y utilizan, en ambos bandos, una totalitari­a primera persona del plural, se agradece que, en El suplement de Catalunya Ràdio, Marc Giró hiciera un delirante y particular análisis de la indumentar­ia de los distintos portavoces del Parlamento. Giró nos regaló lo que más necesitába­mos: una analgésica y fugaz oportunida­d de reír.

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