Oferta del día: búnkers, trincheras y barricadas
El auto del juez Pablo Llarena contiene muchos ingredientes que explican por qué dos millones de catalanes no quieren ser españoles (y si vamos a elecciones, serán más). La secuencia es espantosa: primero politizaron la justicia; después judicializaron la política y ahora entraremos en una fase de judicialización de la justicia. Y el vacío creado por la incompetencia transversal lo ocupará una doble insurrección, la espontánea por el agravamiento global de la situación y la inducida por populismos que desautorizarán la idea de respeto y sustituirán la política (y la justicia).
Los últimos días han sido terribles. El sábado, los boletines informativos de Catalunya Ràdio hablaban de una petición parlamentaria de los “partidos unionistas”, una denominación tan poco periodística que denigra el prestigio de la emisora. En la industria del fratricidio, cada exceso es amplificado para que la bola de la discordia crezca. Incluso se ridiculiza la impotencia y la tristeza como refugio de los ciudadanos que se sienten partícipes de un único naufragio. Cada control de patriotismo en sangre debilita la libertad y estimula los actos de injusticia y la tendencia a practicar la pornografía emocional y el sectarismo de búnker, trinchera o barricada. Cuando los argumentos sólo convencen a los convencidos se apela a abusivas razones de Estado o a voluntarismos como el atribuido a Oriol Junqueras, que recomienda transformar la rabia en amor. En la práctica, la única materia prima que ha crecido es la rabia, tan impunemente presente en las vesánicas manifestaciones de alegría por la detención de Carles Puigdemont y en el radicalismo de casco y pasamontañas que quema contenedores que tendremos que pagar todos. ¿Hay un antes y un después de la
Cada exceso es amplificado para que la bola de la discordia crezca
detención de Puigdemont o todo forma parte de una misma trama adicta a los giros argumentales? Nunca lo sabremos, pero la imagen de la prisión alemana invita a pensar en una tétrica mansión de película de Michael Haneke. Pero el sábado Gabriel Rufián dijo en RAC1 que si él fuera Puigdemont, dimitiría. Conjeturo: si Puigdemont fuera Rufián, probablemente también. Ah, y el análisis programático de Puigdemont se sigue confirmando: “¡España tiene un pollo de cojones!” (si me permite la apostilla, Catalunya también). Y en estos días de tensión y angustia, de sermones que preservan la asimetría de las opiniones y utilizan, en ambos bandos, una totalitaria primera persona del plural, se agradece que, en El suplement de Catalunya Ràdio, Marc Giró hiciera un delirante y particular análisis de la indumentaria de los distintos portavoces del Parlamento. Giró nos regaló lo que más necesitábamos: una analgésica y fugaz oportunidad de reír.