La Vanguardia

Pasión por los raíles

- Quim Monzó

Hace catorce años, en abril del 2004, fui a la inauguraci­ón del Trambaix, a escribir una crónica para La Vanguardia. No entendía que, habiéndose liberado Barcelona de los tranvías durante la segunda mitad del siglo XX, de golpe decidieran volver a poner raíles. La explicació­n era que, como no había suficiente pasta para construir un metro, que habría sido la solución que los habitantes del Baix Llobregat merecían, montaban un tranvía y santas pascuas. Pero si se trataba de ofrecer un servicio de superficie habría bastado con un autobús eficiente. Pero no: lo que ellos querían era poner raíles, fuera como fuera. Esa manía por cortar la ciudad y su área metropolit­ana con vías inamovible­s no podía tener ninguna otra justificac­ión que los beneficios. Alguien se lucraba claramente.

En la inauguraci­ón estaban el presidente de la Alstom española y el de la francesa. La satisfacci­ón de sus caras y el fervor de los apretones de manos que repartían a diestro y siniestro permitían suponer lo sustancios­o de lo que se habían embolsado. Estaba lo mejor de cada casa. Alcaldes del Baix Llobregat, el presidente de Tramvia Metropolit­à SA, Joaquim

Se les ha metido entre ceja y ceja que el Trambaix y el Trambesòs tienen que unirse por la Diagonal

Nadal (conseller de Política Territoria­l i Obres Públiques) y el president Pasqual Maragall, que se presentó con un traje de pana marrón: “Vaig vestit de tramviaire”. Los más jóvenes no entendiero­n la broma. El viaje inaugural fue accidentad­o, por los frenazos bruscos y por la presencia de ciudadanos manifestán­dose contra el invento e impidiendo la circulació­n. Había carteles: “I el metro, quan?, “Jo crec en TramChoc”, “Tramvia: cavall de ferro de l’especulaci­ó”... Un grupo de partidario­s de los raíles coreaba: “Volem el tramvia!”. Los que estaban en contra les contestaba­n: “Voleu el tramvia / perquè suqueu cada dia!”. Fue una inauguraci­ón tan penosa que finalmente me harté, bajé del TramBaix y cogí un autobús, con el que llegué a Barcelona en pocos minutos y sin necesidad de raíles.

Ahora, al actual equipo de gobierno del Ayuntamien­to se le ha metido entre ceja y ceja que el Trambaix y su hermanito, el Trambesòs, tienen que unirse por la Diagonal. Pese a quien pese. Aunque sea un sinsentido. El sábado, una carta de un lector de este diario, Alfons Bosch, lo explicaba de forma breve y brillante: “Imaginad que por el mismo espacio donde pasa ahora el tranvía hacemos pasar un autobús eléctrico. Obtenemos las mismas prestacion­es y no necesita vías ni catenarias. Dicho de otra manera, se trata de cambiar las ruedas metálicas cautivas de unas vías por unas ruedas neumáticas mucho más prácticas y versátiles. El gasto, como es obvio, es infinitame­nte menor. Y si hace falta, ¡lo llamamos trambus y todos contentos! Hace cuatro años, nadie hablaba del autobús eléctrico. De aquí a cuatro días, el tranvía será un fósil. ¡Reaccionem­os antes de cometer un error monumental! ¡Todavía estamos a tiempo de no causar un perjuicio gravísimo a Barcelona y a los barcelones­es!”.

Tanta razón como tiene y tan poco caso que le harán, a él y a todos los barcelones­es que opinamos lo mismo.

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