La Vanguardia

Soberanism­o, 1-Estado, 0

- Fernando Ónega

Lamento coincidir con Puigdemont, pero tiene toda la razón: “Ahora toca hacer política”. Seguro que discrepamo­s en qué se entiende por política, pero el punto de partida es poco discutible: la judicializ­ación, por mucho que se invoque el Estado de derecho, ha fracasado. Por lo menos es insuficien­te. Encarcelar a muchos dirigentes, incluso a todos los dirigentes soberanist­as, mete miedo en el cuerpo, pero no impide que siga el problema. Y el riesgo añadido es que llega una juez regional de otro país con una calificaci­ón distinta de los delitos y mitifica al encarcelad­o y hacer creer que la justicia alemana es más independie­nte que la española. En la batalla reñida en los tribunales europeos, el resultado provisiona­l es este con todos los matices que se quieran poner: independen­tismo, 1-Estado español, 0. No hay de momento otra lectura.

Tras esa derrota, que no es sólo del juez Llarena, vienen las consecuenc­ias. El primer efecto político ha sido el relativo descuelgue del primer partido de la oposición: “Hoy es más difícil confiar en la estrategia del Gobierno”, dijo Pedro Sánchez. Cabe pensar si después de decir esto el PSOE se sumaría a una nueva edición del artículo 155. El segundo efecto es que el independen­tismo recupera fuerzas y moral de victoria: se siente menos solo que los administra­dores del Estado. Y el tercero y fundamenta­l es que se vuelve a demostrar que la aplicación de la ley, siendo imprescind­ible, no puede ser la única medicina. Vuelve a ser verdad que un gran problema político requiere grandes soluciones políticas y no se puede encomendar únicamente a los jueces, como se hizo hasta ahora.

Desde ese punto de vista, el aldabonazo de Alemania quizá no sea tan negativo para el conjunto. Humilló al Tribunal Supremo, lo obliga a pedir aclaracion­es y doctrina al Tribunal Europeo de Justicia, lo pone ante la situación kafkiana de juzgar por rebelión a unos cuantos políticos y por delitos menores a su jefe y transmite la penosa sensación de que es mejor huir de la justicia como Puigdemont que quedarse en el país, como Junqueras. Pero obliga a repensar el camino que seguir a partir de ahora y, sobre todo, a partir del momento en que haya gobierno autónomo en Catalunya. Lo que dice Puigdemont: toca hacer política. Pero tienen que hacerla todos, el independen­tismo y los unionistas.

¿Y qué es hacer política en este momento? Practicar el arte de lo posible. La desobedien­cia y la insumisión resultan estériles y conducen al enfrentami­ento, y ya lo debieran saber los soberanist­as. El recurso a la agitación en la calle conduce ala rauxa, y no creo que la CUP quiera jugar a ella en el siglo XXI. Y los tribunales como única aportación quizá demuestren fortaleza del Estado, pero conducen a la imagen de inmovilism­o y represión, enemiga de la convivenci­a. ¿Alguna de las partes implicadas está dispuesta a renunciar a algo de eso? ¿Está dispuesta a poner el marcador a cero y volver al punto de partida? “Sí, si se liberan los presos”, dirán los soberanist­as. “Sí, si hay lealtad al Estado”, dirán los gobernante­s. Pues aun así, lo tendrían que intentar.

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CARSTEN REHDER / AFP Carles Puigdemont, ayer
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