La Vanguardia

“Una limosnita... pa’ l’abuelita...”

- Quim Monzó

Pues ya la tenemos aquí: la primera tienda de souvenirs del barrio de Sant Antoni. Se llama Temptation­s y el letrero (negro, con letras anaranjada­s de borde blanco) explica qué ofrecen: “moda, caprichos, regalos, artesanía, complement­os, ropa”. Como en cualquier tienda de souvenirs de la Rambla hay camisetas tópicas, bolsos espeluznan­tes, gafas de sol de pacotilla, imanes para la nevera con motivos turísticos y por todas partes motivos de Gaudí que harían que el arquitecto de Reus (¿o era de Riudoms?) corriese hacia el Trambaix para dejarse atropellar.

Está en la calle Borrell, dos portales más arriba del restaurant­e Can Vilaró. Antes había un chino que vendía prendas de ropa y que, por lo que explicaban los vecinos, no pagaba el alquiler. Antes de que él se instalara había sido una tienda de hules, de tapetes, de alfombras de baño... Como era de los amos de un puesto del mercado, les servía de almacén y poco más. Antes todavía, había sido tienda de un grabador, que vivía en la parte de atrás del local. Al grabador no lo conocí porque cuando llegué al barrio ya había bajado la persiana. Un portal más arriba hay una tienda que vende mermeladas,

La predicción de los vecinos de Sant Antoni es que, una vez reabierto, el mercado será la Boqueria 2

chocolates, patés, especias, salsas, vinagres, jabones y productos cosméticos, todo con las olivas extremeñas como eje. Se llama La Chinata, a partir del gentilicio de Malpartida de Plasencia, el pueblo de su fundador. A los habitantes de esa villa los llaman chinatos y, a la hora de bautizar su negocio, el hombre pensó que el nombre que más le cuadraba era precisamen­te La Chinata. Ocupa el local donde estaba el olis i sabons de Francesc Marí. (Cuya mujer, desde que dejaron el local, no se había atrevido a volver a entrar hasta que, anteayer, la agarré del brazo y entramos los dos juntos.) En el portal siguiente hay un bar comandado por una boloñesa de cuello largo. Se llama Düal Café. El café es bueno, para acompañarl­o tienen pasteles y al mediodía preparan risottos y platos de pasta. Más arriba, sentada en un marchapié, una vieja pide caridad con un sonsonete que parece salido directamen­te de la guardería: “Una limosnita... pa’ l’abuelita...”.

En Sant Antoni nada es lo que fue hasta hace poco. Borrell está destripado. Los obreros trabajan a toda pastilla, cosa lógica si, tal como dicen, reabrirán el mercado dentro de poco más de un mes. Pero su reapertura –tantos años después de cerrarlo y con tantos aplazamien­tos por culpa de la crisis– despierta pánico. Hace tiempo que empezó la bornizació­n del barrio, que ahora llega al paroxismo. Cada pocos días se abren nuevos restaurant­es (perdón: gastrobare­s, que es “más genial”) de calidad a menudo lamentable, como La Vietnamita de la misma calle Borrell. Pero todo eso tanto da, porque lo único que interesa es satisfacer las aspiracion­es de los turistas y los erasmus, que han encontrado el lugar ideal para su postureo. Mientras tanto, incapaces de pagar los precios exorbitant­es que piden las inmobiliar­ias, los vecinos emigran hacia otros barrios donde de momento no los aprieten tanto. “Es ley de vida”, dicen los conformist­as. “¡Caja, cobre!”, dicen los nuevos tenderos.

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