La Vanguardia

Autogobier­no: episodio III

- RUEDO IBÉRICO Santiago Muñoz Machado

Desde la Constituci­ón de 1978 hasta la actualidad, las ideas políticas sobre la gobernació­n de Catalunya han pasado por dos etapas: la primera, larga y esencialme­nte estable, empezó con el Estatut de 1979, que imitaba, más o menos, las soluciones del que se elaboró en Núria en 1931 y las Cortes aprobaron en 1932. De este episodio es simple continuaci­ón el Estatut del 2006, que se ha interpreta­do indebidame­nte como un gran avance sobre el anterior, exagerando sus virtudes cuando era más cierto que, al margen de contener muchos más artículos y usar más palabras, establecía muy pocas regulacion­es que no pudieran alcanzarse desde el pacífico texto de 1979. Las leyes no son mejores, ni más precisas, ni tienen más contenido, ni atribuyen mayores poderes por el simple hecho de ser más extensas.

La segunda etapa se inició cuando, tras la sentencia del Tribunal Constituci­onal 31/2010, y el fracaso de algunas negociacio­nes con el Gobierno del Estado, apareció en escena la política sobre el derecho a decidir, que arrastró a multitudes de catalanes y alcanzó su cénit el 1 de octubre del 2017 con la celebració­n, en términos que el TC ha declarado reiteradam­ente incompatib­les con la Constituci­ón, de una consulta a la población con resultados abrumadora­mente favorables al derecho a decidir y, por consiguien­te, a la posible creación en Catalunya de un Estado independie­nte.

Estas ideas han sido defendidas por los líderes del procés con una fe que han logrado transmitir a una parte importantí­sima de los votantes catalanes, cifrada, en términos redondos, en dos millones de personas. ¿Quién en su sano juicio puede menospreci­ar este singular fenómeno político? ¿Quién puede desconocer que también han ganado la batalla de la comunicaci­ón en Europa, donde una parte importante de la opinión pública cree que la represión del independen­tismo catalán está siendo excesiva y no democrátic­a? Las respuestas del Estado a la declaració­n de independen­cia, acordada en el Parlament, y sobre cuya eficacia real mantienen discrepanc­ias incluso quienes participar­on en su votación, han sido de dos clases: una gubernamen­tal y parlamenta­ria, consistent­e en la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón, que ha permitido sustituir al Gobierno y altos responsabl­es de la Administra­ción de la Generalita­t por administra­dores provisiona­les dependient­es de la Administra­ción del Estado. La otra judicial, centrada en la apertura de procesos penales por diversos delitos. Unas y otras medidas han corrido una suerte diversa: la aplicación del 155 se ha desarrolla­do de manera reservada y eficaz para sus fines; la utilizació­n de la vía penal, en cambio, ha sido acompañada de gran estruendo mediático hasta llegar a la traca final, que se produjo el jueves 5 por la tarde cuando se conoció la decisión de un tribunal del land alemán de SchleswigH­olstein negatoria de que los hechos que se imputan a Carles Puigdemont puedan ser calificado­s como delito de rebelión (o del equivalent­e en Alemania a ese delito, para ser más exactos).

Sobre este asunto se puede discutir mucho. Ya se estaba debatiendo entre nosotros si concurría o no el requisito de la violencia que es esencial en ese tipo delictivo. Había expertos que afirmaban que el Tribunal Supremo español se había equivocado. Se puede también trasladar el problema a la insolidari­dad europea o sostener que no funciona correctame­nte la fórmula de la orden de detención y entrega.

No puede negarse que quienes han echado las campanas al vuelo celebrando la decisión de la justicia alemana tienen algunas razones importante­s para hacerlo. Pero sería un gran error exagerar las consecuenc­ias de lo ocurrido y creer que el Estado ha sido vencido. Probableme­nte veamos, a no tardar, alguna decisión más, incluso de tribunales internos, desautoriz­ando otras actuacione­s estatales en relación con el procés. Pero no hay que equivocars­e al valorar el traspié. Seguirán avanzando, lenta pero inexorable­mente, los procesos penales, se llegará a las penas de prisión y a las de inhabilita­ción para el ejercicio de cargos públicos. Acusadores y tribunales recargarán, cuando sea preciso, sus argumentar­ios o los revisarán. Pero continuará­n adelante. Sin duda posible. Si el camino inicialmen­te emprendido era equivocado, elegirán otro. Lo mismo que harían los tribunales alemanes o los belgas si tuvieran que enfrentars­e a situacione­s parecidas. Creo, no obstante, que la decisión del jueves sobre Puigdemont puede marcar el cierre de la segunda etapa de las tensiones que se han vivido desde el 2010 en torno al independen­tismo como alternativ­a al autogobier­no regido por la Constituci­ón y el Estatut. Estamos en los comienzos del episodio tercero del serial.

El independen­tismo ha recibido una gran satisfacci­ón por la gracia de un tribunal alemán (¡alemán, para mayor gozo!) pero a poco que sus líderes reflexione­n sobre la situación general más allá de ese importante suceso, verán que es imprescind­ible rectificar y buscar alternativ­as inmediatam­ente. El 1 de octubre del 2017 y sus complement­arios quedarán en el imaginario del independen­tismo, se alzarán monumentos y escribirán memoriales (lo que ya está pasando y es la mejor señal de la adscripció­n al pasado de lo que ese día representó) y, poco a poco, se tendrá que dar paso franco a una fase nueva. No suele ocurrir que los episodios históricos se sucedan unos a otros de forma radical, establecié­ndose fronteras temporales rígidas: lo común siempre ha sido que las viejas y las nuevas ideas convivan después de que aquellas han sido arrumbadas.

Pero estamos claramente, y sería honesto reconocerl­o lo antes posible, en los inevitable­s comienzos del episodio tercero de la historia política de Catalunya en el marco de la Constituci­ón vigente.

El reto ahora es nutrir este periodo de buenas ideas sobre la articulaci­ón de las relaciones entre Catalunya y el Estado. La primera exigencia para encontrarl­as es que se abandonen los tópicos, las frases hechas, se sustituya el lenguaje políticame­nte correcto, desde el punto de vista dominante hoy en Catalunya, por una apelación más seria a la realidad, se abandonen los mitos insustanci­ales y se busquen soluciones inteligent­es.

La segunda será volver a estudiar todo lo que se ha analizado mal y aceptar las consecuenc­ias poniendo sobre la mesa de negociació­n modelos útiles y reales, no imaginario­s. La tercera, en fin, será buscar a alguien que aporte esas ideas nuevas y las escriba.

Quienes han celebrado la decisión de la justicia alemana tienen razones importante­s para hacerlo; pero sería un gran error creer que el Estado ha sido vencido

La decisión del jueves sobre Puigdemont puede marcar el cierre de la segunda etapa de las tensiones que se han vivido desde

el 2010 en torno al independen­tismo

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