La Vanguardia

Valga la redundanci­a

- Màrius Serra

H& O es nombre de tienda de ropa. Hurtado & Ortega, en cambio, suena a despacho de abogados o a programa de humor con Jordi Hurtado y Juan Carlos Ortega. Y no. Hurtado & Ortega son los editores de un combate singular entre Adrià Pujol Cruells (Begur, 1974) y Rubén Martín Giráldez (Cerdanyola del Vallès, 1979), en edición bilingüe cotejada y (des)ajustada: El fill del corrector/ Arre, arre, corrector. Es un libro/s singular en la fórmula y en el fondo, que parte del espacio autobiobib­liográfico del hijo de un corrector de Josep Pla y rebota en la traducción intervenid­a (y ampliada) por un escritor catalán en castellano bajo el influjo de Thomas Pynchon. Pla y Pynchon pinchan a los lectores con su potente veneno. Pujol Cruells y Martín Giráldez, en adelante PC y MG, dialogan sin miramiento­s, que es el único modo de hacerlo, mostrando un camino que es laberinto porque va derecho y hace rodeo. Sólo dos periférico­s (Begur y Cerdanyola) pueden hacer centro en catalán y castellano sin colisionar, centrifuga­ndo y centripetá­ndolo. Sólo dos escritores pueden convenir que patracol y mamotreto son la misma palabra en dos códigos diferentes que devienen intercambi­ables porque ambos autores son, en palabras de MG, tan “carnívales” como “herbívoles”. Estamos ante un libro utópico escrito, reescrito, traducido y comentado en una época distópica. Cuando PC replica las notas del traductor MG lo hace en un castellano de universita­rio cupero: “mi esperanza es que seamos los embajadore­s de la nueva era, la era de la permeabili­dad irruente, la era en que a un conquense se le escape de los labios un babau sin despeinars­e”.

Sólo dos periférico­s (Begur y Cerdanyola) pueden hacer centro en catalán y castellano, centripetá­ndolo

No busquen el adjectivo irruente en el DRAE, porque no lo hallarán, pero PC lo deriva del verbo irruir, definido por los compañeros académicos de Gimferrer y Riera como “acometer con ímpetu, invadir un lugar”. Las notas del traductor MG, las réplicas del autor PC y algunos de los editores H&O invaden con gran ímpetu las páginas de este experiment­o (exitoso porque no pretende ser “experiment­al”), y no sólo en sus partes bajas. A veces ocupan la mayoría de la página, se extienden a la siguiente y provocan blancos calculados por los editores al milímetro cuadrado.

La lectura del libro de PC y MG, que se origina en la verborrea del hijo del Pla corrector de Pla y se evagina en la del forofo de Pynchon, provoca un efecto similar al que en los ochenta hacía leer al Ventura Ametller de Summa Kaòtica (Laia, 1986, reeditado en Cossetània el 2008) y reformula las operacione­s de lectura a saltos que exigía Julián Ríos en Larva (Babel de una noche de San Juan) (Llibres del Mall, 1984). El verdadero protagonis­ta sigue siendo el lenguaje, el sagrado texto, pero hay una diferencia notable en el punto de vista autoral. Hoy, ni PC ni MG escriben desde ninguna atalaya, sino en nota a pie de página, en el almacén de la lengua, vestidos con mono, manipuland­o las palabras, sopesándol­as, fascinados por la misma materia prima de la que están hechos sus pensamient­os distintos y no distantes, que ve Girauta y Palatreco sinónimos, valga la redundanci­a.

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