El mes más cruel
“Abril es el mes más cruel”, escribió T. S. Eliot, “engendra lilas de la tierra muerta, mezcla recuerdos y anhelos, despierta inertes raíces con lluvias primaverales”. Alguien recordaba estos versos el domingo de Pascua. Y la madrugada siguiente fallecía Paco Camarasa. Librero de la Negra y Criminal, fundador de la BCNegra, medalla de oro al Mérito Cultural, no sólo era un apasionado del género, sino que nos apasionó a todos hasta el punto de que el éxito le traicionó: ya nadie necesitaba ir hasta la Barceloneta para atender a sus recomendaciones, que servía con unos mejillones los sábados por la mañana. Podías encontrar los títulos policiacos en cualquier sitio porque él les había dado visibilidad y prestigio, los puso de moda, arrancándoles la etiqueta de “menor”. El problema, apuntaba alguien que él decía, no era la infidelidad, que es pasajera, sino la falta de lealtad.
Puede que, después de trece años, la librería dejara de funcionar porque el ciudadano había pasado a ser consumidor, en una Barcelona convertida en un gran centro comercial. En cualquier caso, la lealtad hacia su persona –más grande incluso que su personaje– se hizo evidente el miércoles en el tanatorio de Les Corts, donde unos cuatrocientos amigos se despidieron de él y acompañaron a su inseparable Montse Clavé. Lo que se ha comentado y escrito sobre Camarasa estos días, el cariño contagioso frente al velatorio, los parlamentos de Pepe Gálvez, Andreu Martín, Charo González y Manel Barceló, que leyó a Hammett, son una muestra de lo tocados que nos ha dejado su pérdida y lo mucho que ya le añoramos. Es precioso que alguien haya provocado tantísimo afecto entre todos los que le conocieron.
Muchos de los que por la mañana se daban el pésame, llenaban por la tarde el jardín de La Central, donde Kiko Amat presentaba
(Anagrama). Lo hizo junto a Carlos Zanón, sucesor de Camarasa, por cierto, como comisario de la BCNegra. Había tanta gente, que el librero Antonio Ramírez tuvo que sentarse en el suelo. Allí estaba medio Sant Boi, trabajadores de la fábrica de rejas, la familia del autor, sus padres, su compañera Eugènia Broggi, sus hijos, un montón de amigos e incondicionales. En primera fila, el editor Jorge Herralde, ferviente culé, se perdió la primera parte del Barça-Roma. Los demás verían el final del partido en un bar cercano.
Silvia Sesé y Zanón explicaron que, con esta novela, Amat ha dado un salto. De hecho, se incorpora a la colección Narrativas Hispánicas y deja la colección Contraseñas, que parecía a su medida. Allí están muchos de sus referentes: extravagantes que necesitan reivindicarse en cada frase y cuyo comentario sarcástico al final de los párrafos te recuerdan cómo hay que leerlos, según dijo. En este libro, Amat prefiere desaparecer de la narración para que su espacio lo ocupen otros personajes, en un paisaje de torres eléctricas, cisternas y cajas de cartón con apariencia de galleta en los charcos, que es donde creció.
“Los editores han considerado que me he hecho mayor”, dice. Es curioso. Esta misma idea se repetirá aquí mismo, al día siguiente. La editora de Edicions 62, Pilar Beltran, considera que Mare de llet i
mel supone un salto adelante con respecto a lo que Najat El Hachmi ha publicado hasta ahora. La novela, que entronca con L’últim patriarca y sobre todo con La filla estrangera, explica la historia de una mujer que ha migrado sola del Rif en los años ochenta. A través de su voz, la autora recupera la de todas aquellas mujeres de vidas olvidadas que conoció de pequeña, cuando hacía de traductora de su madre en el médico, o al realizar los trámites de la escuela. Esas mujeres, le dice a Anna Guitart, delante de un público en el que están Emili Rosales, Anna Soldevila, Txell Torrent e Inés Planells, contaban muchas cosas. Su intención es que el lector escuche lo que ella escuchaba, con la misma calma y cadencia. Quiere transmitir, a través del catalán, una carga simbólica, unos valores que El Hachmi no siente como una dualidad, porque conforman su mundo.
Abril es el mes más cruel para las agendas de quienes nos dedicamos a los libros. Entre las tropecientas mil presentaciones que hay este jueves, también está la de Lena, donde Daniel Vázquez Sallés recoge aquellos versos de La tierra baldía de Eliot. Publicada por Alrevés, es la novela de un asesino a sueldo enamorado de una escritora. O es la historia de una traición: esa a la que se ven abocados los que harían cualquier cosa por la literatura. La presenta en La Central del Raval, acompañado de Toni Vall. Descubrieron hace poco que ambos son fans de los vídeos de presentadores de galas. Vall empezó a apasionarse por el cine gracias a James Bond. Vázquez Sallés se aficionó a la literatura con
¡Viven!. Sobre todo cuando deciden comerse a los muertos.
Están su editor Gregori Dolz, su madre Anna Sallés, Joan Pere Viladecans, que lo conoce desde pequeño, también Laura Santaflorentina, Mabel Beltran, Silvia Fernández y Álvaro Colomer, con quienes el día anterior brindamos por Camarasa, después de que un perro mordiera a Vázquez Sallés en la pierna (nada grave). En el turno de preguntas, toman la palabra Cristina Jolonch y la historiadora Cristina Gatell. Dice que, en este libro, el autor ha madurado. Nos hacemos mayores.