El peso de la camiseta
Uno de nuestros mejores periodistas deportivos, actualmente residiendo en Manchester, el gran Lu Martín, lanzaba el jueves por la mañana un tuit a propósito de la cruel derrota del City contra el Liverpool, en el partido de ida de cuartos de la Champions: “(...) consciente de lo mucho que pesa la camiseta y lo difícil que es, creo en el Manchester City”.
Si en la historia reciente del fútbol ha habido una semana ejemplar a la hora de mostrar gráficamente el sentido profundo de esta fórmula clásica –el peso de la camiseta– ha sido esta que acaba mañana. No sólo el City, que nunca ha sido nada en el continente, perdió contra un equipo que lo ha sido todo. Después de una temporada –hasta ahora– para olvidar, el Madrid también se postuló como candidato a la que ya sería su decimotercera Copa de Europa. El Roma también perdió jugando muy bien, contra un Barça que aún asusta, pese a haber ido dilapidando, en las últimas temporadas, las que eran sus principales señales de identidad.
La camiseta pesa. La historia y el palmarés de los grandes clubs, con estrellas que lo han ganado todo, se erigen amenazadores ante los recién llegados. También está el pánico escénico del que hablaba Valdano y que generan las grandes catedrales del fútbol: Anfield, Bernabeu, Camp Nou... ¿Cuántos ensayos necesitó el Chelsea, antes de ser respetado y temido, en Europa?
Somos animales simbólicos y los relatos nos afectan. A veces, hasta doblegarnos. Los guardiolistas podemos estar de pega, por esta sacudida. Pero es que también nos gusta mucho la literatura y, a la novela, no sólo le exigimos un final feliz. Queremos que doblegue la historia en nuevos episodios, tan brillantes
La historia y el palmarés de los grandes clubs se erigen amenazadores delante de los recién llegados
y catárticos como algunas de las páginas que ya hemos vivido.
Ayer, aquí mismo, Carles Ruipérez recogía los contados errores del City y los desaciertos en la trayectoria espectacular de Guardiola como entrenador en varios equipos. En el último párrafo destacaba que todos ellos siempre se han producido durante breves periodos de desconexión. Sus equipos sublimes se han hundido, aquí diez minutos, allí quince, como si la frágil estructura sobre la que despliegan el vertiginoso juego de combinación que los caracteriza fuera de cristal.
En una entrevista le pregunté a Johan Cruyff si la irregularidad de las primeras temporadas del dream team no estaba asociada al hecho de que su arriesgado estilo de juego reclamaba una peculiar fortaleza psicológica de los jugadores. “Vienen de culturas y de países diferentes –me dijo– y de repente el entrenador les pide que lo hagan todo al revés de como lo hacían. La irregularidad es lógica, porque sólo se aprende de los errores. Puedes hablar hasta el día siguiente, hasta que tú no cometes el error importante y ya no te pasa nunca más”.