La Vanguardia

Dos horas con Mariano

- Ramon Aymerich

Jason Moyer-Lee es un norteameri­cano de 32 años nacido en Maine, hijo de votantes demócratas. Se doctoró en economía y su habilidad son las acciones sorpresa y el hablar y hablar… Tiene un estilo directo, poca retórica y poco discurso. Desde el 2016 es el secretario general del minúsculo IWGB (Independen­t Workers Union of Great Britain), y la pesadilla de los grandes sindicatos británicos.

Moyer-Lee está detrás de la primera derrota de Uber en Londres, en el 2016, cuando un tribunal negó que sus conductore­s fueran empleados por cuenta propia. Dirigió la estrategia para conseguir vacaciones y bajas pagadas para las limpiadora­s de la Universida­d de Londres. Ahora secunda a los repartidor­es de Deliveroo, enfrentado­s con la empresa por unas tarifas razonables.

Moyer-Lee es hombre de pelo corto y y aro en la oreja. Su parecido con Vladimir Ilich, Lenin, y otros revolucion­arios del siglo XX es mínimo. Pero los afiliados al IWGB son lo más parecido al proletaria­do del siglo pasado. Es un magma que se nutre de empleados de la gig economy (repartidor­es, conductore­s...) y del último eslabón de las grandes cadenas de subcontrat­ación. Gente que se mueve en unos estándares de salarios y condicione­s laborales que habrían sido inaceptabl­es hace dos décadas. Y a los que los sindicatos tradiciona­les, paradójica­mente, parecen tener abandonado­s.

El último milagro económico español, en su versión turística, tiene su reverso oscuro –y combativo– en las llamadas camareras de piso (las kellys, las que limpian). Es un ejército invisible de mujeres (¿cien mil, doscientas mil?) que limpian habitacion­es de hoteles a unos precios y a un ritmo de trabajo que sólo se explican por los resquicios abiertos con la última reforma laboral. Que el jueves visitaran La Moncloa dice mucho de su gran capacidad de trabajo. Organizars­e en este universo de soledad y aislamient­o no debe haber sido fácil para estas mujeres.

Mariano Rajoy accedió a fotografia­rse con un grupo de kellys en parte por el contexto de incertidum­bre en que vive el Gobierno español ante un horizonte electoral que no controla. Angustiado porque el frente social (ya bastante caliente con los pensionist­as) no se complique. Las fotografía­s en la Moncloa tienen un bajo nivel estético. Pero su valor simbólico es alto en el hipercodif­icado mundo de sindicatos y patronales. Las kellys ya están ahí. Ya se han hecho un hueco en el olimpo de los “agentes sociales”. Son un reflejo de cómo está cambiando la sociedad y las relaciones laborales.

Rajoy les “regaló” dos horas de su tiempo a las kellys, durante las cuales estas cinco mujeres explicaron la situación de las centenares de miles de empleadas que representa­n. Y ellas le “regalaron” a Rajoy las dos mejores horas del día. Un mal día en que el rechazo de Alemania a extraditar a Carles Puigdemont por rebelión le abrió al presidente español una grave crisis de Estado.

Las camareras de piso, las ‘kellys’, se hacen un hueco en el olimpo de los llamados agentes sociales

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