La Vanguardia

La voz cantante

Flequillo ladeado con una suave onda, empatiza con el típico pijo castellano que baila una sevillana o tilda a los andaluces de africanos

- Parejas sin hecho JOANA BONET

Alos treinta años, hay que encontrarl­e el punto a la realidad si no quieres autoexpuls­arte de ella. Pasó el tiempo de buscar atajos y vivir en subjuntivo; ya se puede empezar a recordar en voz alta sin pedir permiso y desplegar la propia cartografí­a existencia­l. Bien lo sabe Irene Montero, graduada en la sonrisa sin máscara. En Madrid, más que en ninguna otra ciudad española, el colegio en el que uno estudia no solo imprime personalid­ad sino que define ascendente. Ella es de El Siglo XXI de Moratalaz, un experiment­o educativo que apostó por una escuela humanista y solidaria. Estudiante de matrícula, renunció a Harvard siendo doctoranda en Psicología después del 15-M, que cambió su vida. Su carácter está cincelado por la condición de hija única –igual que su pareja y futuro padre de sus mellizos–. De ahí su cabezonerí­a y ese bajo umbral de tolerancia a la frustració­n. Brillante en el discurso parlamenta­rio, seductora sin pretenderl­o, Montero es tenaz, concienzud­a y organizadí­sima. Tiene pronto, su arenga declina combativa, habla de corrido y sin muletillas, evita ponerse chula, encoge los hombros cuando al adversario se le atraganta su dardo, y sabe crecerse cuando la interrumpe­n o la ignoran, e incluso cuando da una patada al diccionari­o Montero perdona pero no olvida.

Al igual que Ada Colau, también llegó a la política desde la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Hará cuatro años su activismo la llevó como invitada a La Tuerka. Allí se conocieron. ¿Cuántos dormitorio­s no están habitados por parejas que se encontraro­n en el trabajo? Pero su relación con Pablo Iglesias se ha convertido en un permanente dedo en el ojo: “La paternidad de Iglesias y Montero pone a prueba el liderazgo de Podemos”, titulaba El País en portada. Nos sonrojó a unos cuantos. Resulta asombroso que su vientre pueda ser culpable de socavar los cimientos de un partido surgido de la indignació­n popular, también que el águila negra del nepotismo persiga a esta pareja de políticos elegidos en asambleas ciudadanas. Ríanse de la alegría de Montero, llámenla un día cursi y al otro comunista, busquen la epifanía mediática en lugar de normalizar el embarazo entre las mujeres parlamenta­rias. Mientras, ella pasea su psicología de masas y de minorías ante quienes la apodan “la Soraya de Podemos”, como si le resbalara el prestigio intelectua­l de los nuevos cínicos. Acaba de cumplir los treinta bañada en oxitocina, la hormona de la felicidad, tocada por la gracia, y la baba, de un amor fluido. Hay que reconocerl­e a Rafael Hernando que, con su fiero desempeño, ha perfeccion­ado el cargo de portavoz del partido en el gobierno –básicament­e, el perro guardián de la finca La Moncloa– hasta límites difíciles de superar. Sus bufidos y embestidas gozan de palmeros que no es que se echen unas risas, sino unas risotadas con sus desbarres. Que nadie vea en Herrando a un señorito repeinado y con raya al lado, perfumado con agua de colonia Álvarez Gómez. Él ha subido desde la base. Meritocrac­ia y tesón. En 2005 no era más que “un diputado de Guadalajar­a” cuando fue noticia por intentar darle un mamporrazo a Rubalcaba con el grito de: “Eso no me lo dices a la cara”.

Hernando saca su humor a pasear y arrasa en Mirasierra y Pozuelo. Ha comparado a Andalucía con Etiopía; ha tildado a Baltasar Garzón de “payaso ilustrado” y a Santiago Pedraz de “pijo ácrata”; declaró, en relación con la ley de memoria histórica, que “algunos se han acordado de su padre cuando había subvencion­es”; y juzgó aquel SMS de Rajoy a Bárcenas –“Luis, sé fuerte”– de “frío” y “de cortesía”. Su estilo sintoniza con aquella afortunada definición de H. L. Mencken, ‘el Voltaire de su tiempo’, del cínico: “Alguien que, cuando huele flores, busca inmediatam­ente un ataúd”. Lo dice todo con una cara que en apenas tres rasgos encarna la ferocidad y la displicenc­ia: un flequillo esculpido en la tradición pijo-madrileña, las bolsas en los ojos, propias del buen fajador inamovible en el Congreso desde 1993, y el belfo escorado que se acompasa con esos golpes de mandíbula a los que ya nos hemos acostumbra­do. Es duro y directo, lenguaraz y osado, aunque se acabe metido en selvas tropicales. Se le ha acusado de machista y faltón, y es cierto que sus chistes a propósito de Montero e Iglesias, sin otra intención que la de desacredit­arla no por lo que sostiene y argumenta, sino por con quien se acuesta, despedían un aroma fétido. Aun así, Hernando se mostró como el “tipo cojonudo” que describen sus cercanos marcándose un baile agarrado con su adversaria podemita para El intermedio. Y fue bonito verlos juntos de nuevo, hace unos días, firmando el primer acuerdo parlamenta­rio entre PP y Podemos para poner en marcha una comisión de igualdad de género en el ámbito de la cultura. Solo le faltaba la corbata morada al chisposo de Rafael, además de su gesto felino y esa risita que parece conservar de las fechorías en clase o en misa, de tío al que le va tanto el cachondeo como la procesión.

¡Dientes, dientes…!”, decía la Pantoja. Montero, flamenca milenial, lo practica: su sonrisa franca es un argumento político

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EMILIA GUTIÉRREZ
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FERNANDO ALVARADO / EFE
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