Victoria táctica y moral
Puigdemont y el independentismo han conseguido una importante victoria táctica y moral en Alemania. Es una victoria parcial –el president todavía podría ser extraditado– pero la decisión del Tribunal de SchleswigHolstein daña la credibilidad del Estado español. El relato expuesto por el juez Llarena y la construcción forzada de un golpe de Estado violento han quedado en evidencia como lo que son: un ejercicio escandaloso de posverdad judicial impropio de un sistema democrático.
El Ejecutivo de Rajoy también ha quedado en evidencia, porque confió en que fiscales y jueces resolverían lo que es un problema político. Varios medios de Madrid –aquellos para los cuales la unidad de España es más importante que la verdad– han sacado del baúl el discurso rancio de la conspiración europea contra una España incomprendida que debe defenderse sola. Después de años insultando y denigrando a los catalanes, a algunos no les cuesta hacer igual con los alemanes.
¿Qué hará Puigdemont con esta victoria moral? ¿Qué hará el independentismo? Las primeras palabras del candidato independentista más votado el 21-D después de salir de la prisión de Neumünster han sido para pedir que Rajoy se siente a dialogar. El independentismo ha querido, desde el 2012, poder pactar la resolución política del conflicto de manera bilateral con Madrid, al estilo de los escoceses con el gobierno británico. La Moncloa y el PP no piensan moverse ni un milímetro, y menos cuando Cs levanta cada día la bandera de la mano dura. En este contexto, sólo hay una hipotética carta que permitiría a Puigdemont convertir la victoria táctica en victoria estratégica, con trascendencia política: que se impusiera una efectiva mediación internacional, de manos de Alemania o de la UE, posibilidad que ya han expresado varias voces.
Madrid tiene pánico a una mediación internacional porque implicaría varias cosas a la vez: que un asunto “interno” pase a ser “europeo”, que el Gobierno deje de ignorar la demanda de dos millones de personas, que el independentismo sea reconocido como una de las partes del conflicto, y que los líderes que el Estado trata de “delincuentes” sean interlocutores acreditados. Todo eso sería demasiado para el PP, el PSOE, Cs y los profesionales del Estado. ¿Podría la cultura política española digerir un diálogo así? Sería muy difícil. Con elecciones cerca, todavía más. Pero la política es contingencia, necesidad y capacidad de argumentar las decisiones. Todavía guardo memoria del día en que Aznar justificó las conversaciones con ETA.
La moral del independentismo es más alta hoy que hace una semana. Puigdemont está más fuerte hoy que hace un mes. Dicho esto, sigue siendo incuestionable que el independentismo necesita hacer gobierno sin perder tiempo, para recuperar espacios y palancas de poder y de influencia. Y para resistir mejor la represión, pase lo que pase en el tablero de juego europeo.
La mediación internacional permitiría convertir la victoria táctica en estratégica
Sigue siendo incuestionable que el independentismo necesita hacer gobierno sin demora