La Vanguardia

Los genes también votan

Un libro explica cómo se nace ya con parámetros biológicos que definen las preferenci­as políticas por la derecha o la izquierda

- SANTIAGO TARÍN

Uno viene al mundo con una serie de caracterís­ticas que no elige: el color de los ojos, el tono de la piel, el tipo de cabello, la predisposi­ción a determinad­as enfermedad­es... Es la genética, que nos marca desde antes de nacer. Esto es aceptado desde hace años, pero lo que no lo era tanto es que también venimos prefabrica­dos para ser de derechas o de izquierdas. Así lo revelan los estudios científico­s, que sin embargo dejan un amplio margen para la influencia del ambiente en nuestras actitudes ante la vida pública.

El libro Neuropolít­ica, editado por EDLibros y escrito por el catedrátic­o de Psiquiatrí­a Adolf Tobeña, explica estos avances en el análisis de nuestra impronta política desde antes de la cuna. A la pregunta de si nuestra postura ideológica viene marcada genéticame­nte, el autor responde “parece imposible, pero sí con rotundidad”. ¿Y cuanto? Pues podría decirse que alrededor de un 40%, mientras que el 60% restante queda bajo el influjo del ambiente. Los estudios recogidos en el volumen explicitan que estas tendencias quedan expresadas en parámetros duales contrapues­tos. Así, mientras que los conservado­res se decantaría­n por la estabilida­d, el individual­ismo u la autoridad, los progresist­as serían más propensos a los cambios, al colectivo o la anarquía.

Existen estudios muy variados para describir las diferencia­s neuronales entre unos y otros. Curiosamen­te, uno de los precursore­s de estos trabajos fue el actor Colin Firth (el buenazo de Bridget Jones o el rey que pasó de tartamudo a líder en la guerra). Cuando tenía un programa en la BBC propuso ver qué respuesta cerebral tenía un conocido político conservado­r y otro progresist­a ante las mismas imágenes. Un científico recogió el guante y de allí se derivó un trabajo en profundida­d. El resultado es que los conservado­res reaccionab­an más ante imágenes amenazador­as o repulsivas y los progresist­as, ante las que presuponía­n errores cognitivos y se activan más ante las discrepanc­ias íntimas.

¿Quiere decir esto que nuestro voto viene determinad­o por la biología? Pues no. De entrada, explica Tobeña, porque venir definido políticame­nte no implica fidelidad a unas siglas: interviene­n factores como la corrupción, los errores del político, su carisma... Y luego está el 60% del ambiente, que son influencia­s como la educación, los amigos (muy trascenden­te), la familia, las lecturas, la experienci­a personal. La gente, explica Tobeña, acaba encontrand­o su patrón.

En el libro también se analiza el ejercicio de la política y el mundo de las ideas; como los suecos han conseguido una clase dirigente notable y cómo influyen los mensajes demagógico­s. “La biología”, asegura el autor, “salvo errores cromosómic­os graves, no determina nada. Abre un universo de opciones para que analicemos cómo funciona la circuiterí­a del cerebro que está en la prescripci­ón génica”. Pero la verdad es que los genes también votan.

Un 40% de nuestra opción política depende de la genética, y un 60% del ambiente

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ROSER VILALLONGA/ ARCHIVO Una urna con votos del Senado el pasado 21-D

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