La Vanguardia

Más que Heidi y Marco

ISAO TAKAHATA (1935-2018)

- PABLO CUBÍ

Para situar la importanci­a de Isao Takahata hay que tener en cuenta el binomio que formó junto al también director Hayao Miyazaki. Juntos populariza­ron y ofrecieron una alternativ­a a los dibujos animados hasta entonces monopoliza­dos por Hollywood. Y juntos fundaron los estudios Ghibli, que han dado varias de las películas de animación más premiadas de las últimas décadas. Pero casi toda la gloria se la ha llevado Miyazaki, más luminoso y mejor vendedor de su producto. Takahata tenía una versión dramática de la vida. Sin embargo, fue este dramatismo el que les llevó a adaptar las historias de Heidi y Marco, de

los Apeninos a los Andes, aventuras entre tiernas y desgarrado­ras de niños abandonado­s en las que Takahata supo ver su potencial para convertirl­os en sus primeros grandes éxitos.

Takahata tenía apenas diez años cuando la aviación estadounid­ense arrasó con bombas incendiari­as su ciudad, Okayama, al sudoeste de Japón. Aquel horror le marcó de por vida. Años después lo rememorarí­a en La tumba de las luciérnaga­s(1988), sobre dos pequeños hermanos que tratan de salir adelante en una Kobe completame­nte devastada durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial.

Takahata no era dibujante. Se graduó en filología francesa en Tokio y entró a elaborar proyectos en los estudios Toei de animación a finales de la década de los cincuenta. Allí conoció a dos ilustrador­es, Miyazaki y Yoichi Kotabe –que se pasaría luego a diseñar los juegos de Nintendo–.

Formaron equipo y empezaron a colaborar con varias productora­s. Para Nippon Animation crearon los 52 episodios de Heidi (1974) y Marco (1976), auténticos fenómenos mundiales que en la España de la televisión única marcaron a toda una generación.

El prestigio y los dividendos obtenidos les permitiero­n afrontar Nausicaä del Valle del Viento (1984), que dirigió Miyazaki y produjo Takahata, un cuento sobre una joven princesa que trata de evitar un desastre ecológico en una tierra postapocal­íptica. Fue el primer aviso de que su obra iba mucho más allá del éxito folletines­co en televisión. Repitieron tándem, ya inaugurado­s sus estudios Ghibli, con El castillo en el cielo (1986).

Luego Takahata se embarcó en La tumba de las luciérnaga­s, donde el relato terrible del horror vivido en la guerra se hacía presente pese a mantener las imágenes de trazo sencillo propias del dibujo japonés. El director reconocía que varias escenas estaban calcadas de sus recuerdos.

Volvió a reflejar la vida infantil en su siguiente película, Recuerdos del ayer (1991), poética remembranz­a de la niñez de un ejecutivo de Tokio.

Miyazaki iba por otros caminos, más vitalistas y comerciale­s: Porco rosso (1992), El viaje de Chihiro(2001), con los que le llovían premios. Era el autor de los éxitos de los estudios, mientras Takahata se enfrascaba en proyectos largos y con poco recorrido comercial.

Hace ahora justo dos años se estrenó en nuestras salas su testamento, un proyecto que tardó una década en ver la luz: El cuento de la princesa Kaguya (2014), una película poética, de dibujo a mano, paciente, como su estructura narrativa, una leyenda tradiciona­l. Una historia muy alejada de los gustos del público infantil actual y que sin embargo asombró a la crítica. Por primera y única vez, Takahata tuvo una merecida nominación al Oscar.

En el 2016 produjo otra pequeña joya del estudio, La tortuga roja, dirigida por el holandés Dudok de Wit. También fue nominada al Oscar y se llevó el premio del jurado en Cannes. Poco después le anunciaron que padecía un cáncer de pulmón. Falleció el pasado jueves a los 82 años.

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MARIO ANZUONI / REUTERS

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