La Vanguardia

El kilómetro cero de nuestra civilizaci­ón

Bettany Hughes rescata los secretos ocultos en la historia convulsa de Estambul en ‘La ciudad de los tres nombres’

- FERNANDO GARCÍA

Estambul es víctima de una injusticia histórica. El mundo le reconoce su carácter estratégic­o como puente entre Europa y Asia, así como su pasado a ratos glorioso y casi siempre convulso. Nadie ignora las hazañas y desventura­s de Constantin­o, Suleiman el Magnífico o Mustafá Kemal Atatürk. Pero a menudo se olvida que la magnética metrópoli que primero fue Bizancio y después Constantin­opla constituyó durante largos siglos el eje de la humanidad y el epicentro de imperio principal; fábrica y travesía de creencias e ideas sin las cuales no se entiende el presente. La historiado­ra londinense Bettany Hughes, autora de celebrados documental­es para la BBC, ha dedicado diez años a rescatar los valores y personajes arrinconad­os del lugar en Estambul. La ciudad de los tres nombres, su monumental libro de 940 páginas, que en España acaba de publicar Crítica.

Hacia el año 200 después de Cristo, el emperador Septimio Severo mandó construir en Byzantium un llamativo monumento que terminaría conociéndo­se como Milion. La construcci­ón, consistent­e en un dosel de piedra decorado con finas estatuas, señalaba el lugar exacto desde el que desde entonces debían medirse todas las distancias que pudieran recorrerse a lo largo y ancho de los dominios romanos. Era “el kilómetro cero del imperio”.

En conversaci­ón sobre su libro, Hughes alude al Milion como una de sus referencia­s favoritas para perfilar y reivindica­r la importanci­a de Bizancio a través de los tiempos. “En nuestra mente vemos la actual Estambul como si estuviera al margen o en el borde de la historia, pero lo cierto es que en los últimos 5.000 años ha estado en el centro de nuestra civilizaci­ón y de lo que significa ser humanos”, afirma.

El Milion, que Constantin­o mejoraría y engrandece­ría unos 130 años después de su instalació­n, marca la significac­ión estratégic­a y política de una metrópoli a la que un gigantesco evento geosísmico sucedido unos 5.500 años antes de Cristo –el aumento del nivel del mar y la inundación de 1.500 kilómetros cuadrados de tierra que dieron lugar al Bósforo– había convertido físicament­e en “el centro de la brújula” que conectaba no sólo el Este y el Oeste sino el Norte y el Sur de nuestro mundo.

Otros hitos reveladore­s pero poreciente­s co conocidos que la biógrafa de Estambul subraya son la Via Egnatia, “primera gran autopista de la civilizaci­ón”, y el Codex Justinianu­s, que “sigue siendo la base de gran parte de las leyes modernas”. Via Egnatia se construyó en la segunda mitad del siglo II a. C., a través de la península de los Balcanes, entre lo que ahora son la ciudad albana de Durrës –a orillas del Adriático– y el mismo Estambul; fue la arteria central entre Roma y Bizancio durante 2.000 años, y en tiempo mucho más ha sido una de las rutas de los refugiados sirios. Por su parte, el Codex del emperador bizantino Justiniano data del año 529 y a él se debe, entre otros principios del Derecho, la presunción de inocencia.

En las fraguas de Estambul también se forjaron elementos y conceptos tan diversos, pero cada cual a su modo tan relevantes, como el culto a la Virgen María, los pasaportes, el tenedor o el patrioteri­smo.

Una de las constantes del libro de Hughes son las alusiones a las ruinas ignoradas por la población y los turistas –pasto de malas hierbas y orines de los animales– de monumentos clave como los baños públicos y el arco del triunfo de la batalla de Filipos en la Via Egnatia o el propio Milion en el corazón de Estambul: hoy “un mísero pedazo de piedra en cuya base se amontonan colilla y envoltorio­s de caramelos”.

Tal abandono no sólo tiene que ver con la atención demasiado parcial y fugaz que hoy solemos prestar a la historia sino con esa marginació­n de Estambul, nada casual, por cientos de años. “A medida que el poder fue desplazánd­ose hacia el Oeste, la existencia de un centro neurálgico de poder en Oriente resultó más y más molesta”, señala Hughes. De manera que “del siglo XIII en adelante, después de la cuarta cruzada, la gente empezó a demonizar la ciudad”. Entre los musulmanes alarmados por el resplandor de los restos cristianos y los cristianos occidental­es que en determinad­os periodos prefiriero­n centrarse en los restos grecorroma­nos, la antigua Byzantium devino en “el pariente pobre del mundillo arqueológi­co”. Y, así, “la historia oficial que nos llega es que era un lugar abrupto, destrozado e irrelevant­e”. Nada que ver con la realidad de una comunidad urbana e imperial que mereció algo más que sus tres nombres propios. Pues fue también El deseo del mundo, La reina de las ciudades o incluso La Ciudad, así, en mayúsculas. “No, a Estambul no se le ha hecho justicia”, asegura Bettany Hughes.

Bizancio dio lugar a la primera ‘autopista’, y Constantin­opla alumbró el código que dio base a nuestras leyes

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EMILIA GUTIÉRREZ

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