El discreto (y decisivo) encanto de los secundarios
En la colección de estados de ánimos que conforman el barcelonismo, Ernesto Valverde aporta un realismo indoloro y ligeramente insípido que relativiza verdades que hasta hace poco eran absolutas. Inicialmente desestabilizado por la huida de Neymar, ha sabido actuar sin interferir en la jerarquía del vestuario. A diferencia de lo que hizo en el Athletic, el Espanyol, el Olympiacos, el Villarreal o el Valencia, no ha impuesto sus galones por sumiso conducto reglamentario sino que ha gestionado la dependencia de Messi desde un rigor dialogante. A cambio de diluir su autoridad, nos ha instruido en el arte del camuflaje y la adaptación (inteligente) a la realidad. El dúo Bartomeu-Valverde no propone una dialéctica del conflicto basada en el antagonismo creativo, como en otras fases fértiles de nuestra historia (Núñez-Cruyff, Rosell-Guardiola), sino que yuxtapone dos modos de aplicar la eficacia desde la discreción y huyendo del efecto deformador de los focos.
Las notas de final de curso decidirán si Valverde merece la absolución de los que lo vigilan con el ceño fruncido o si los que hoy lo aclaman como gurú de la sensatez intentarán lapidarlo si no gana nada. Por desgracia, ya circulan interpretaciones según las cuales si el Barça gana la Liga y la Copa y el Madrid la Champions, nuestros títulos no tendrán ningún valor. Esta es una de las victorias psicológicas del Madrid sobre el Barça que nunca entenderé. Por eso sería bueno, antes de que se confirmen o desmientan los vaticinios, valorar algunas aportaciones del valverdismo. Su trabajo con los suplentes, por ejemplo. Admito que siempre me han fascinado los suplentes, pero los de esta temporada han ofrecido un rendimiento espléndido. El más espectacular ha sido Vermaelen, que pertenece a la especie de los que, pese a saber que tiene la categoría para ser titular (de hecho, lo es cuando juega con la selección belga), se resigna a que, por razones que se le escapan, aquí no pueda aspirar a más que a ser un suplente excepcional. Denis Suárez, en cambio, pertenece a la raza opuesta, la de los convencidos que merecerían más minutos pero que, por un sentido orgulloso de la profesionalidad, entiende la autoexigencia como el único camino para reparar una situación que, en un mundo ideal, se diagnosticaría como injusta. Suárez no se hunde, como haría Deulofeu, sino que explota, a su favor, la fatalidad. Semedo es un suplente circunstancial. Sabe que tarde o temprano será titular y que sólo es cuestión de tiempo. Le pesa la mala suerte de participar de una industria con otro Semedo, el del Villarreal, más conocido por sus delitos que por su talento. A André Gomes tampoco se le puede considerar suplente ya que está diseñado (anatómica, contractual y técnicamente) para ser titular y sólo recuperará la estabilidad cuando se le devuelvan los galones que, paradójicamente, aún no se ha ganado. ¿Y Digne? Destila cierto misterio, el de haber querido vivir en el centro de la ciudad, el de auxiliar a las víctimas de la matanza del 17-A y el de pertenecer a una especie insólita de jugadores del Barça: si coincides con él en un ascensor, pensarás que te suena de algo pero no sabes de qué, no le pedirás ningún autógrafo y después, más tarde, te darás cuenta, que, ¡coño, pero si era Digne!
EL (MAL) GENIO ANTAGONISTA. Con una intermitencia que no falla, Zidane tiene la habilidad de recordarnos la diferencia entre obra y autor. En otros ámbitos del talento humano, se da por sentado que un cineasta extraordinario, autor de obras maestras que perdurarán, pueda ser, en su trato profesional, un cretino o un psicópata. Los seguidores de Miles Davis o Van Morrisson saben que admirarlos como músicos no es incompatible con considerarlos bordes. Con Zidane pasa lo mismo. Pertenezco a los que, desde que lo vi en el Girondins de Burdeus, habré producido toneladas de baba admirativa viéndolo jugar. Y, en cambio, como fabricante de una identidad mediática intermitentemente oscura, con tics propios de jefe de clan que vive en una permanente autodefensa preventiva, capaz de alternar las contradicciones y las ausencias y de arrogarse el derecho a reaccionar siguiendo un reglamento que no se le permite a ningún otro futbolista y que no puede servir de referencia pedagógica, sospecho que Zidane es legendariamente imbatible.
Valverde nos ha instruido en el arte del camuflaje y la adaptación (inteligente) a la realidad
Zidane tiene la habilidad de recordarnos la diferencia entre obra y autor