Realidad y ficción
La tragedia del pueblo sirio, que vive una de las guerras civiles más devastadoras y largas de la historia; y la polémica entre los organizadores del festival de cine de Cannes y la plataforma Netflix.
MIENTRAS los presidentes Putin, Erdogan y Rohani celebran pomposas cumbres para decidir el reparto de poder e influencia en Siria, mientras la Unión Europea se lo mira desde la distancia, mientras Donald Trump anuncia “decisiones muy importantes” en las próximas horas contra Damasco, mientras el Consejo de Seguridad de la ONU celebra su enésima reunión para preparar una investigación, la trágica realidad sobre el terreno es que la población civil siria en las zonas en conflicto sigue siendo masacrada por bombardeos, esta vez con nuevas acusaciones de uso de armas químicas prohibidas internacional mente.
El último drama se ha vivido en la ciudad de Duma( G uta Oriental ), alas afueras de Damasco, donde han muerto más de 40 personas en sus casas o en los refugios donde se escondían y otras 500 han sido atendidas por problemas de respiración y ojos enrojecidos. Aunque las acusaciones sobre uso de agentes químicos –hechas por dos oenegés sirias– no han podido ser confirmadas por organismos independientes, esta ciudad ya fue atacada con gas sarín en el 2014 y con gas cloro en febrero. El régimen de Bashar el Asad ha utilizado arsenal químico al menos en 85 ocasiones, según Human Rights Watch, una de las últimas en Jan Sheijun, en la provincia de Idlib, lo que provocó el primer ataque directo de EE.UU. al ejército sirio.
Ante este nuevo probable ataque químico, Rusia hace la vista gorda para mantener sus bases militares en Siria, Irán expresa su apoyo incondicional a Damasco y sólo Turquía, otro actor fundamental en el tablero sirio, da crédito a las acusaciones y expresa su “fuerte sospecha” de que sea obra del régimen sirio. Mientras, Trump responsabiliza a Rusia y a Irán y no descarta una respuesta militar, que es lo que Moscú cree que Washington busca justificándose en el presunto ataque químico. Lo cierto es que Trump ha pasado en una semana de expresar su deseo de abandonar el conflicto a volverse a instalar en el discurso belicista, temeroso de que una retirada agrande aún más la influencia iraní en la zona.
En este contexto de fuertes tensiones ayer entró también en acción Israel, cuyos cazas bombardearon una base militar siria tras violar el espacio aéreo libanés, causando catorce muertos, varios de ellos iraníes.
El mapa sirio ha cambiado estos años y poco tiene que ver con la situación que propició la irrupción del Estado Islámico. Hoy la presencia del EI en Siria es residual y la guerra se centra en el noroeste del país y en la periferia de Damasco, donde las tropas de El Asad han tomado el control de Guta permitiendo la salida de los rebeldes y de civiles. Esta guerra, como cualquier otra, está dejando vencedores y vencidos, pero sin duda el gran perdedor es el pueblo sirio, con entre 350.000 y 500.000 muertos en ocho años de conflicto, con cinco millones de desplazados y refugiados dentro y fuera de sus fronteras, especialmente en Turquía, Líbano y Jordania, y con millones más de personas traumatizadas y con graves secuelas físicas y psicológicas, especialmente los niños.
Cualquier desenlace del conflicto depende de Rusia, Irán, Turquía y, en menor medida, de Estados Unidos, mientras que los valedores de la rebelión, las monarquías del Golfo, cada vez cuentan menos. La guerra ya no gira sobre la permanencia de Bashar el Asad en el poder, pero, mientras dure, los bombardeos sobre zonas habitadas, con el agravante del uso de armas químicas, siguen destrozando las vidas de civiles cuya única culpa es haber nacido en Siria.