La Vanguardia

Ridículo europeo (3-0).

Los azulgrana se quedan fuera tras hacerlo todo mal

- JUAN BAUTISTA MARTÍNEZ Roma Enviado especial

Un ridículo espantoso. Una hecatombe sin paliativos. Un descalabro de los que se recordarán para siempre. El Barça no estará en semifinale­s porque sucumbió de manera lamentable, sin ninguna grandeza. Como un equipo cobarde y pequeño el Barcelona se limitó a defenderse hasta que no tuvo más remedio que buscar su propio milagro. No lo encontró en los minutos finales, y el Roma, que no es un conjunto de primera línea continenta­l, lo barrió de manera merecida. Por valentía. Por tesón. Por fe. Por acierto. Por todo. Por tercera campaña seguida, el Barça se queda en cuartos y vuelve a escribir una página negra en esta competició­n. Como sucedió en Turín el pasado curso o en el Calderón hace dos. Pero agravado por el 4-1 de ventaja que traía de la ida. El caos señala a todos los jugadores blaugrana y también a su entrenador, que no supo reaccionar nunca, que recibió un baño del técnico romanista, Eusebio Di Francesco, y que jamás movió el árbol de su plantilla. Valverde sólo recurrió a Dembélé y Alcácer a la desesperad­a. El partido 51 de su era quedará marcado en rojo para los anales como una gran cruz que condiciona la temporada, por mucho que se acaben levantando uno o dos títulos. Sucedió lo extraordin­ario y fue una pesadilla, en medio de la fiesta del Roma.

Hay que subrayar muchos nombres. Como el de Messi, desactivad­o, desangelad­o, sin tino ni capacidad para pilotar anoche al grupo. Tantas veces salvador, ayer Leo no funcionó de acuerdo con su fama, aunque el equipo le dejó bastante en la estacada, encerrado, metido en su área, muerto de pavor. Sólo en los últimos ocho minutos, con 3-0 en contra y la eliminator­ia casi perdida, se volcó el Barça en busca del gol redentor, pero Dembélé envió un remate lejano y sin portero por encompases cima del arco. Antes Dzeko, De Rossi, de penalti, y Manolás a la salida de un córner habían golpeado a un Barça que quedó grogui desde que encajó el primero.

Este Barcelona que presumía de fortaleza defensiva no recibía tres goles desde agosto. Pero entonces se los metió el Madrid, que ve allanado su camino hacia otra Champions. El conjunto azulgrana no salió a sentenciar, sino a especular. Su imagen quedó por los suelos. Habrá que tomar nota de por qué este equipo no tiene agallas en la Champions lejos del Camp Nou.

A pesar de la amplia ventaja, Valverde colocó al mismo once que en la ida. Es decir, con Sergi Roberto como interior delante de Semedo y con Busquets en la medular a pesar de sus molestias. El Roma era el que tenía que buscar la sorpresa, y Di Francesco sacudió su alineación y su sistema. Recuperó al agresivo Nainggolan y colocó al lado de Dzeko a otro gigante, al checo Schick. Además, dispuso tres centrales y dos carrileros. El objetivo romano era claro. Jugar más directo.

Lo cierto es que los primeros no hacían presagiar el sufrimient­o que vendría después. De hecho Sergi Roberto tuvo la oportunida­d inicial. Apenas había arrancado el encuentro, pero ese sería el único remate barcelonis­ta entre palos hasta el descanso (sólo dos en el encuentro). Todo se puso patas arriba en un servicio frontal de Nainggolan para la carrera de Dzeko, que le ganó la partida a Alba y a Umtiti, lentísimos, y que superó a un Ter Stegen clavado en su área pequeña. A los seis minutos los italianos se metían en la eliminator­ia.

Toda la solidez de la temporada se resquebraj­aba, y emergían los fantasmas de otros desplazami­entos europeos, como los de París y Turín. Necesitaba el Barcelona tener personalid­ad para sobreponer­se, pero se limitaba a achicar balones. Busquets, visiblemen­te disminuido, no tomaba el timón, Umtiti iba de mal en peor, Semedo se veía desbordado, Rakitic no podía con la avalancha, Iniesta no enlazaba, Suárez era un islote y Messi agachaba la cabeza. Mientras, los de Di Francesco persistían. Balones por todos lados para Dzeko, una pesadilla para la zaga, y Schick. Este último rozó el segundo con un testarazo que se marchó fuera. El juego asociativo del Barcelona estaba fuera de combate, y así no había manera de sacudirse el acoso del Roma.

El paso por los vestuarios debería haber servido a los de Valverde para serenarse, y el entrenador tenía que buscar soluciones para el desaguisad­o. Pero nada cambió, sino que fue a peor, porque el Barça sólo despejaba y no jugaba. Dzeko forzó un penalti de Piqué, y De Rossi puso el

CULPABILID­AD REPARTIDA Messi no funcionó, el equipo no le ayudó y Valverde sólo transmitió impotencia desde la banda

VALIENTES CONTRA TEMEROSOS El Roma siempre fue mejor ante un Barça cobarde que ve marcada la temporada por el descalabro

segundo con más de media hora. La remontada estaba a un paso y se completó con un cabezazo de Manolás, que se avanzó a Semedo. Pero pudo llegar antes si Ter Stegen no hubiera sacado una mano a remate de El Shaarawy. Porque sí, a pesar de que todo se hundía a su alrede- dor, Valverde no hizo cambios antes que el Roma. Sacó a André Gomes justo antes del tercero y luego a Dembélé y Alcácer. El equipo y el entrenador del Barça estuvieron en la misma línea: calamitoso­s. Peor no se podía hacer. Merecieron que les sacaran los leones.

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ALESSANDRO BIANCHI / REUTERS Los aficionado­s culés tardarán en olvidar la lastimosa imagen con que su equipo se despidió anoche de Europa, goleado por un Roma que tuvo suficiente con la fe en el triunfo para pasar por encima del Barça.
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Semedo, de rodillas y con las manos en la cabeza, lamenta el error de marcaje en el tercer gol
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ANDREW MEDICHINI / AP

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