De padres a hijos
Adélaïde de Clermont-Tonnerre publica en España la premiada novela ‘El último de los nuestros’
La francesa Adélaïde de Clermont-Tonnerre reflexiona en El último de los nuestros sobre las diferencias de carácter entre la generación nacida tras la guerra mundial, que tuvo que lidiar con un pasado oscuro, y la de los nacidos en los setenta, en un mundo en paz que sin embargo no les ha garantizado vivir mejor que sus padres.
Es ley de vida que las generaciones choquen unas con otras de manera sucesiva. Siempre ocurrió. Pero en este momento de la historia, cuando los europeos decimos que por primera vez los jóvenes ya no aspiran a una vida mejor que la de sus mayores, algunos hijos empiezan a echar la vista atrás para desentrañar las claves de ese pasado supuestamente más feliz o al menos más optimista de sus padres. La escritora y periodista francesa Adélaïde de Clermont-Tonnerre, partió de esos interrogantes al escribir una novela, El último de los nuestros, que mereció el premio de la Academia Francesa 2016 y ahora se publica en España bajo el sello de Roca editorial.
En la ciudad de Dresde, año 1945, una madre agonizante da a luz a un niño que sobrevive de milagro bajo un intenso bombardeo aliado. La madre muere y la criatura queda en manos de una cuñada suya. Veinticuatro años después, en el luminoso Manhattan que vibra con Bob Dylan, Frank Zappa y el cuarto de hora más bien largo de fama de Andy Warhol, un joven ambicioso y arrollador llamado Werner Zilch, hijo adoptivo de una pareja de clase media, encuentra una chica de la que queda prendado, Rebecca. Pero al conocer a los padres de ella el romance se tuerce. Nathan, el patriarca, considera a Werner indigno de su hija. Y Judith, la madre, lo lleva a una habitación aparte y le muestra las cicatrices y el número tatuado en el brazo de quien pasó por un campo de exterminio.
Como es obvio, la madre de Rebecca ha detectado en Werner el rastro de alguien que le hizo mucho daño. La chica desaparece y él quiere recuperarla. Hasta entonces ha vivido despreocupado respecto a sus orígenes, pero después de la escena en el hogar familiar de su pretendida se ve obligado a indagar en el pasado. Una búsqueda en la que incide Adélaïde de Clermont-Tonnerre, en su caso por voluntad propia y “fascinación” hacia las vivencias y el modo de sentir la vida de sus padres y abuelos.
La autora nació en 1976, de manera que sus progenitores pertenecen a la generación del personaje de Werner: aquellos años 60 y 70 “de lo políticamente incorrecto; de un renacimiento artístico, literario, musical extraordinario, y de una pulsión de vida muy fuerte”, define. Ella se preguntaba de dónde venía toda aquella vitalidad. Y después de su trabajo para el libro se responde así: “Creo que esa pulsión procedía de un pasado inmediato –el de la Segunda Guerra Mundial– tremendamente oscuro: una vez superado, esas personas necesitaban enfocarse hacia el futuro, porque si miraban atrás se topaban con lo peor que había vivido la humanidad”.
Aquellos jóvenes que también fueron los del Mayo del 68 “se veían capaces de cambiar el mundo de verdad”. Y aunque se entretuvieron con el hedonismo y las drogas, iniciaron movimientos de defensa del medio ambiente y lucha contra el consumismo “ahora nuevamente muy vivos” entre los jóvenes. Ese es, opina Clermont-Tonnerre, un punto de conexión. Como también lo sería, aunque en términos muy paradójicos, el hecho de que en el mundo idealista de sus padres no se diera importancia al dinero –en parte porque había más que en etapas anteriores– mientras la juventud europea actual “intenta superar el valor del dinero”, sólo que a raíz de las dificultades para conseguirlo.
En contraposición con la generación de Werner, que pese a haber vivido infancias muy duras eran “muy positivos”, sus hijos “parecemos mucho más sombríos, tenemos miedo al futuro y por eso preferimos mirar al pasado”. En ese sentido, “nuestros padres son más jóvenes que nosotros”, concluye.
El último de los nuestros también incide lógicamente en la generación de la Segunda Guerra Mundial. La novelista eligió para ello a un personaje singular: el ingeniero aeroespacial Wernher von Braun, que contribuyó a la muerte de miles de personas trabajando para las SS para luego, terminada la contienda, “venderse a los americanos” y acabar llevando a los estadounidense a la luna”. No parece un tipo modélico. Pero la escritora, que prefiere que no desvelemos el origen del Werner joven aunque podamos hacer suposiciones, se hace otras dos preguntas. ¿No es demasiado fácil juzgar a aquellas personas cuando todo ha pasado? Y, puesto que uno no es culpable de los crímenes de sus padres, ¿hay que desentenderse por completo de ellos? La respuesta corresponde a los lectores.
“Nuestros padres se enfocaron hacia el futuro porque el pasado les aterraba; justo al revés que nosotros”