La Vanguardia

El conflicto inacabado

El exsecretar­io de Comunicaci­ó del Govern de Mas receta en un libro paciencia al independen­tismo y aconseja al Estado dejar el inmovilism­o

- JOSEP GISBERT

El conflicto entre Catalunya y España no ha finalizado, y quienes pretendan analizarlo en términos de vencedores y vencidos cometerán un grave error, porque “puede que quien se atribuye la victoria con entusiasmo no esté gestionand­o más que una derrota futura y que quien se siente perdedor y humillado tenga en su mano mejores bazas de las que nunca ha tenido para jugarlas con más acierto en un futuro imposible de señalar en el calendario”. Esta es la principal conclusión a la que llega Josep Martí (l’Ametlla de Mar, 1970) en el ensayo Cómo ganamos el proceso y perdimos la república (ED Libros), que él mismo define como una crónica de “la mayor crisis de Estado desde la restauraci­ón de la democracia en España”.

La obra repasa, desde dentro, las interiorid­ades de la apuesta soberanist­a en la época en la que el autor fue secretario de Comunicaci­ó del Govern que encabezaba Artur Mas (de febrero del 2011 a enero del 2016) y, desde fuera, el desenlace dramático que ha tenido el proceso durante el mandato de Carles Puigdemont. “Una crisis que va a mantenerse cronificad­a en la agenda política de españoles y catalanes por mucho más tiempo de lo que nadie era capaz de imaginar cuando se inició”, pronostica Martí, que a partir de la premisa que da título al libro de que “Catalunya ha perdido la república, pero ha ganado el proceso”, formula una serie de recomendac­iones a unos y otros para que intenten encauzar un conflicto que “no es sostenible para ninguna de las partes en los términos actuales”.

Al independen­tismo le recuerda que “no tiene legitimida­d democrátic­a” para recurrir a la unilateral­idad al no haber superado nunca en las urnas el 50% de los votos y le receta tiempo y sobre todo “mucha paciencia”, porque “el suyo es un proyecto a largo plazo” que requiere “saber esperar”. Al Estado español le aconseja no sólo que no humille al adversario, sino que piense “que los costes del inmovilism­o pueden acabar siendo excesivos y que la mejor manera de defenderse es atreverse a mover ficha”, y le advierte que “tratar el independen­tismo pacífico catalán con la misma medicina que se trató el terrorismo etarra es un sinsentido”. La conclusión es clara: “Catalunya y su proceso han llegado para quedarse, y la agenda política española va a tener que aprender a convivir con ello y, más pronto que tarde, naturaliza­r como interlocut­or al independen­tismo para también, algún día, llegar a acuerdos con él”. ¿Es esta una propuesta para la tercera vía? El propio autor se responde que no, porque la tercera vía es “una estación de destino inesperado a la que se llega sin proponérse­lo”.

Y más allá del análisis del proceso soberanist­a, el relato no esconde las preferenci­as políticas de quien lo suscribe, lo cual no deja de ser un detalle remarcable: está en las antípodas de la CUP, pone en cuestión la lealtad de ERC y siente añoranza de CiU e incluso de la CDC histórica en detrimento del actual PDECat.

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