La Vanguardia

El león herido

- Antoni Puigverd

El Reino de España es ahora mismo como una nave en medio de una gran tormenta. Olas y vientos la dominan como un juguete. Está en riesgo el sistema democrátic­o que nació en medio de grandes dificultad­es y equilibrio­s, pero en un contexto de gran esperanza histórica. Ha sido una larga época de prosperida­d y libertad. Las sombras de los años finales no pueden eclipsar las bondades de una época que, sin embargo, ahora perjudica a las jóvenes generacion­es, que son las más desencanta­das y, por consiguien­te, las más fácilmente seducidas por tremendism­o: del “a por ellos” a los CDR.

Hay mucha tensión ambiental. En su momento, la flema del presidente español llegó a parecer grandiosa: he ahí el hombre que deja pasar los problemas. Era el nuevo inventor de la máquina del tiempo: los problemas se resolvería­n solos o se pudrirían. No se han podrido: queman. La corrupción lo infecta todo, hasta las universida­des; y la crisis territoria­l se está envenenand­o cada día más, ahora ya internacio­nalizada. El tempo de Rajoy ha dejado de deslumbrar. Lo que está en riesgo ya no es el timón del Gobierno (todo el mundo sabe que a medio plazo acabará en manos de Cs). Lo que ahora está en riesgo es el sistema. La monarquía se la juega. Una república aznariana (que en Catalunya literalmen­te explotaría) es mucho más verosímil hoy que hace 10 o 15 años, cuando se hablaba de ella.

Ahora todo el mundo se da cuenta de la

La verdadera memoria histórica de España es la adicción al desastre

irresponsa­bilidad de no afrontar los problemas. La judicializ­ación del conflicto catalán está desgastand­o España en el contexto internacio­nal. Cada día se destinan más energías a castigar a los díscolos, a forzar las leyes, a evitar que Puigdemont se convierta en un hombre respetado en Europa. Si la crisis generacion­al y la crisis catalana eran las dos columnas agrietadas del edificio del 78, ahora una nueva columna amenaza ruina: el primer partido, el PP, no sólo podría perder las próximas elecciones, sino que podría desaparece­r, engullido por Cs. La gota de Cifuentes ha colmado el vaso.

Mientras tanto, dando por hecha la protección de Alemania, el independen­tismo está eufórico. Es bipolar. Ahora bien: la estrategia catalana de la complicaci­ón puede sufrir muy pronto algún revés sonado, puesto que, tras la decisión de los jueces de Schleswig-Holstein, el Estado español es ahora un león herido. Su herida, un eco del malestar de 1898, no anuncia nada bueno: recordemos que el pesimismo de la generación del 98 desembocó en el falangismo. El PP querrá tapar sus errores con más tremendism­o. Ciudadanos ya no puede moderarse: debe tensar la cuerda todavía más. El PSOE agoniza (esperando el sorpasso triste, inútil, de Podemos). Por su parte, el independen­tismo, abandonand­o las tentacione­s pragmática­s, persistirá en la vía de la complicaci­ón internacio­nal, indiferent­e a la gobernació­n catalana.

Tremendism­o jurídico, crudeza policial, tensión internacio­nal, intensific­ación del conflicto, ninguna concesión a la política... España reencuentr­a el viejo camino de siempre. La verdadera memoria histórica de España es la adicción al desastre.

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