Perdedores de una causa invencible
Escribo este artículo horas más tarde de asistir al funeral de Narcís Oliveras i Terradas, abogado, empresario y político figuerense, fallecido el pasado martes 3 de abril, después de haber sido marido de Aurèlia, padre de dos hijos y abuelo de dos nietos; de haber sido senador en las II, III y IV legislaturas; habiendo sido en todas ellas vocal de la comisión de la Constitución, secretario de la Mesa en la IV y haber sido nombrado, también, por unos meses, conseller de Comerç, Consum i Turisme del Govern. Después de una larga vida política y de haber pasado por el Reagrupament de Josep Pallach, por Unió Democràtica y finalmente por Convergència... el doctor Oliveras deja en muchos de nosotros una huella imborrable por sus acciones, pero todavía más por su estimulante curiosidad infinita y por su amor a la vida. Como pocas personas en el mundo, como máximo quizás como Ramon Llull antes de su conversión, Narcís disfrutaba comiendo y bebiendo, leyendo y conversando, conferenciando y también como oyente. Con él llevé a mis alumnos de Historia a Mauthausen y a
Elna, celebré goles del
Barça en el Camp Nou, hice tertulias radiofónicas, comidas y tragos. Juntos preparamos un montón de discursos originales y también tediosas asambleas. Aunque aparentemente no coincidíamos siempre en los planteamientos, en el fondo disfrutábamos incluso discrepando, porque nos sabíamos juntos en aquello que resulta realmente esencial, eso es el progreso a través de la razón crítica y la empatía que comportan siempre la tolerancia, el buen humor y el saludable escepticismo.
Conversador vehemente y catalanista infatigable, Oliveras transitó desde el catalanismo pragmático al maximalismo, asumiendo en los últimos años las tesis independentistas, como hicimos tantos otros, más por reacción y fatiga del unitarismo español que por ningún tipo de enfermedad nacionalista congénita o insalvable. Gracias a él, de muy joven aprendí a apreciar la tradición socialista de Pallach, la liberal de Trias Fargas y más importante, a incorporar la exigencia de la honestidad intelectual en el debate político. Así, recuerdo la ilusión con que en junio de 1999 pudo defender su tesis doctoral sobre Senado y representación, una investigación dirigida por el doctor Xavier Arbós, esta sí, culminada después de asistir a las clases de doctorado y de tres años de investigación. El propósito de aquel trabajo nos resulta bien actual: el estudio del Senado español y de la serie de reformas constitucionales que harían falta a fin de que esta Cámara fuera realmente la Cámara de representación territorial proclamada en el artículo 69 de la Constitución. Como explicaba él mismo en la justificación de la investigación, aquel era un trabajo académico, pero pensado y realizado desde su experiencia como senador. Acción y activismo primero, reflexión y transmisión de conocimiento después. Tan necesario como me temo que su tesis debe dormir el sueño de los justos en las estanterías de la secretaría académica de la Universitat de Girona o, peor, en algún rincón de la biblioteca del Senado. Y así nos va.
Narcís Oliveras nos deja justo cuando entre las filas del soberanismo cuaja un cierto desánimo, la sensación de amarga derrota ante la implacable represión del Estado, el inmovilismo del Gobierno y las divisiones internas. Paseando por una calle del centro de Barcelona, hace pocos días unos jóvenes me increparon alzando el pulgar y el índice en forma de L gritando: “¡Diles a todos tus amigos, los abueletes del lazo amarillo que sois unos perdedores!” Los dos dedos alzados por aquellos jóvenes son un gesto despectivo propio de la cultura urbana anglosajona, que remite en la idea de loser, perdedor. Repasando la trayectoria de hombres como Narcís Oliveras, asumiendo yo resignadamente el papel de díscolo del catalanismo, no puedo dejar de pensar, con el obispo Casaldàliga, que quizás sí que de este último episodio el catalanismo sale perdedor. Pero que nadie se engañe. Su causa, en la medida en que se vincule a valores rigurosamente democráticos, pacíficos e inclusivos es ganadora. Y más, si al otro lado sólo hay escarnio, represión y revancha. Al acabar la misa mortuoria de Narcís Oliveras, el presidente Pujol, también presente en el funeral, se refirió a él con lucidez: “Algunos piensan que eso que pasa en Catalunya es una cuestión de dinero, de mal reparto competencial. Se equivocan. Lo que pasa en este país tiene que ver con el respeto y el reconocimiento. Tiene que ver, sí, con la capacidad de saber hacer de la diversidad cultural, lingüística y nacional un valor y no un problema”.
Como buen ampurdanés, Oliveras se reía hasta de su sombra. El sábado fui a su funeral consciente, como nos gustaba decir a los dos en este tipo de actos luctuosos, que cuando ocurra el mío él no vendrá. Tanto da. Seguro que más tarde o más temprano nuestras almas acabarán reencontrándose y podré perdonárselo. Como tantas que me habrá perdonado él a mí, especialmente de esta última temporada.
Narcís Oliveras nos deja justo cuando entre las filas del soberanismo cuaja un cierto desánimo