La Vanguardia

La Roseanne ‘trumpista’

El ‘revival’ de la serie de los Conner arrasa en audiencia y el presidente de Estados Unidos se apropia el éxito

- PERE SOLÀ GIMFERRER

En 1988 el productor Matt Williams hizo un significat­ivo hallazgo televisivo: cada vez que Roseanne Barr soltaba una carcajada el público que estaba delante se reía con la misma intensidad. Era uno de esos misterios de la comedia (hay personas que tienen vis cómica y otras que no) y tres décadas más tarde esta mujer mantiene su don intacto. Por suerte para ella, que adora la atención como un sabueso corre detrás de un hueso, el público ha respondido ante el revival de Roseanne. Con una audiencia acumulada de 27 millones para los dos primeros episodios, es el mejor estreno de la temporada en Estados Unidos, incluso superando las cifras de su despedida en mayo de 1997. Los Conner han vuelto con éxito, aunque con una presencia casi fantasmagó­rica en el salón: la de Donald Trump.

En un principio, la idea de Trump como inquilino de la Casa Blanca parecía un chiste del propio magnate durante un partido en su club de golf en Mar-a-lago. Sin embargo, cuando empezó a escalar posiciones en las primarias del Partido Republican­o, incluso los críticos buscaban razones que explicasen semejante deriva populista. ¿Una de las conclusion­es? Que la América blanca, obrera y humilde se había sentido olvidada por los demócratas y por unos canales en abierto que centraban sus series en familias con una renta bastante alta. Al ver esta lectura social, la actriz Sara Gilbert, más conocida como Darlene, la hija morena y rebelde, decidió reunir el reparto original y vender el proyecto al canal ABC. Era un buen momento para que volviera una familia obrera mítica, de las que no tienen un duro para cambiar los muebles, con sueldos precarios y una cobertura sanitaria insuficien­te, a diferencia de los personajes de Modern family. Y, para rematar la jugada, los productore­s y guionistas pensaron que era buena idea que la Roseanne de ficción fuera votante de Trump como la Roseanne de verdad.

Es así como ABC hizo del revival un evento transgener­acional. Los espectador­es veteranos tenían ganas de reencontra­rse con el tándem formado por Barr y John Goodman y el resto del público tenía curiosidad por ver el tratamient­o del enfrentami­ento ideológico de la sociedad americana en una sitcom con público en directo, especialme­nte en una que nunca se ha dejado de emitir gracias a las reposicion­es. Al fin y al cabo, Barr es una mujer que puede encabezar una marcha del Orgullo Gay pero después adoptar posturas tan republican­as como desconfiar del lugar de nacimiento de Barack Obama, relacionar a Hillary Clinton con todos los males de la humanidad o desacredit­ar a los estudiante­s del tiroteo de Parkland que intentan que haya un mayor control de la venta de armas.

Sin embargo, incluso con una Roseanne trumpista que defiende su voto porque “prometía empleo”, la realidad es que la serie está lejos de ser esta oda republican­a que el presidente se ha intentado apropiar (incluso llamó a Barr, a sabiendas de que ella es votante suya, unos modales que no exhibe con otros artistas más discordant­es). Para empezar, la matriarca Conner es una republican­a improbable, encantada con la multirraci­alidad (tiene una nieta negra) y defensora a ultranza de los derechos de la comunidad LGBT (tiene un nieto de nueve años que experiment­a con su identidad de género). Y, mientras es cierto que los guionistas lanzan un mensaje conciliado­r al público (el deber de quererse por encima de las siglas de los partidos), los episodios también suelen dejar al personaje de Roseanne como una ignorante, por lo menos delante de su hija Darlene o de su hermana Jackie. La idea de una serie Roseanne filo-republican­a como las dos Roseannes (la ficticia y la real) era improbable al ver los nombres detrás de las cámaras. Además de Sara Gilbert como productora, participan la corrosiva (y demócrata) Whitney Cummings como productora ejecutiva o la comediante afroameric­ana y lesbiana Wanda Sykes como jefa de la sala de guionistas.

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ABC Roseanne Barr y John Goodman, que acaban de cumplir los 65, no piensan en jubilarse

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