Barcelona 2033
Hagamos un fast-forward: han pasado 15 años y Barcelona ha conseguido, finalmente, la capitalidad de la cultura europea que quería Pasqual Maragall. Si salimos del bucle infinito, aquellos tendrán que ser los años del Pantocrátor en el MoMA, vender la cultura catalana en el mundo y explicarse sin intermediarios. Las nuevas generaciones, que habrán visto mundo y ya soñarán en inglés, participarán en la conversación global desde Barcelona de manera directa y desinhibida, sin el cansado puente aéreo cultural y aquel síndrome de Estocolmo de ser siempre la segunda ciudad de. En el 2033 que imagino leeremos L’Avenç i Jot Down, pero la ciudad también tendrá un porcentaje de suscripciones al New Yorker muy destacado.
Políticamente podrán haber pasado muchas cosas, pero la fisonomía de Barcelona no cambiará mucho: las leyes de sostenibilidad turística frenarán el crecimiento infinito de cruceros, airbnbs y hoteles triturabarrios, y los cuatro comercios históricos que habremos estado a tiempo de conservar tendrán un éxito apoteósico. Me jugaría algo a que finalmente el tranvía irá adelante –y doblo la apuesta: ¡lo aprobará un alcalde convergente!– y en el 2033 celebraremos dos efemérides: la culminación de la Sagrada Família (con 9 años de retraso) y la implantación de la última supermanzana. Entonces todavía habrá nostálgicos del coche que mirarán las calles pacificadas con escepticismo, pero pondría la mano en el fuego por que los barrios verdes y silenciosos serán una de las cosas que más valorarán los extranjeros a la hora de instalarse en la ciudad. Y con ellos continuará la gentrificación, pero me gustaría pensar que la extraordinaria energía ciudadana de estos años amarillos se orientará hacia conseguir alquileres justos y salarios dignos para todo el mundo.
En la cultura, veo posible un escenario donde en el 2033 ya tengamos el primer Nobel (¿quién podría ser? ¿Cabré? ¿Monzó?) y nuestra literatura sea más conocida que nunca. Un escenario donde habremos exigido al conseller de Cultura que triplique el insultante 1% de presupuesto. Para fomentar planes de lectura reales y ambiciosos ligados a la educación y, quién sabe, quizás para conseguir ayudas a los creadores que se acerquen a las becas de cinco años que permitieron a Karl Ove Knausgård
Veo posible que en el 2033 ya tengamos el primer Nobel (¿quién podría ser? ¿Cabré? ¿Monzó?)
escribir los seis volúmenes de Mi lucha y colocaron Noruega en el mapa. En el 2033 que imagino, los museos tendrán más presupuesto que ahora, pero a los barceloneses nos seguirá costando subir al MNAC. Y entre las cosas que no cambiarán, nuestro gusto por las polémicas: en el Sant Jordi de ese año discutiremos si la primera novela del jovencísimo Guillem Adam, My father used to smoke, originalmente en inglés, forma parte de la literatura catalana o no. Y claro está, en el 2033 aún celebraremos debates sobre el futuro de Barcelona, pero la ley catalana de la igualdad impedirá que charlen ocho hombres y una sola mujer.