Algoritmos peligrosos
Empezamos a ser muchos los que pensamos que cuando los mercados se globalizan pierden su virtud. La belleza del mercado es la descentralización que permite, el acceso abierto de las personas que en él transaccionan en un win to win de bienestar. La globalización es desvirtuar los mercados. Centraliza el funcionamiento con la reunificación del poder y, a la que pueden, se oligopolizan, conspiran contra la competencia, tal es la fuerza política de los agentes que dominan el mercado global.
Lo que hace todavía más peligrosa la globalización es la manera en que despersonaliza. Bajo el propósito de agrupar productos, es fácil –más cómodo– acabar agrupando a personas. Estratificamos hipertensos con un indicador. Al mismo tiempo, los convertimos en categoría: la hipertensión no es una enfermedad ni tiene que ser para siempre; pero suministrando la pastilla los desresponsabilizamos y los convertimos en categoría medicalizada en beneficio de algún proveedor que se hace así con una demanda cautiva y constante. Alerta pues con la nueva medicina personalizada (estratificada), o la que nos marquen el libro o el viaje que nos llega cada vez que abrimos internet.
Como al proveedor mundial le cuesta singularizar, lo que hace es clasificar la población, los destinatarios, los clientes, los proveedores. De aquí que de la mano de la globalización adquiera tanta relevancia el big data. Y no para saber más de cada uno y ser sensible a las diferencias, sino como material para instrumentar las agrupaciones estadísticas. Ingentes montañas de datos entran en disputa, a la vista de qué y cuándo consumimos, por qué vamos al médico o salimos a correr. Con perspicacia mínima, se anota el gesto, la intención, la aspiración. Y
En el actual contexto, el peligro es pues que un error estadístico pueda causar así una destrucción masiva
desde el análisis multivariado de características variadas, un algoritmo matemático busca el rasgo que diagnostica cada uno de nosotros en una determinada pertenencia: consumidores compulsivos, usuarios de última hora, de opinión variable, fieles a marcas o manías o con prejuicios, políticos incluidos. Los proveedores globales montan así su marketing, sus campañas electorales, los medios que cambian filias en fobias y viceversa.
Un texto reciente de Cathy O’Neil muestra las perversiones de estas clasificaciones (Armas de destrucción matemática se titula el libro). Y es que cuando uno es categorizado, por código postal, lugar de estudio, clasificación crediticia y ya no digamos por etnia o creencia, será tratado como miembro de un clúster que genera su propio bucle. Así será valorado por el algoritmo haciéndolo o no elegible para un trabajo, una responsabilidad o la confianza para disfrutar de una oportunidad. El bucle centripeta el individuo y lo hunde en la categoría conjunta que con la diagnosis afianza su naturaleza y atrapa al individuo en la prognosis. El peligro es pues que un error estadístico pueda causar así una destrucción masiva.