La Vanguardia

Algoritmos peligrosos

- Guillem López i Casasnovas

Empezamos a ser muchos los que pensamos que cuando los mercados se globalizan pierden su virtud. La belleza del mercado es la descentral­ización que permite, el acceso abierto de las personas que en él transaccio­nan en un win to win de bienestar. La globalizac­ión es desvirtuar los mercados. Centraliza el funcionami­ento con la reunificac­ión del poder y, a la que pueden, se oligopoliz­an, conspiran contra la competenci­a, tal es la fuerza política de los agentes que dominan el mercado global.

Lo que hace todavía más peligrosa la globalizac­ión es la manera en que despersona­liza. Bajo el propósito de agrupar productos, es fácil –más cómodo– acabar agrupando a personas. Estratific­amos hipertenso­s con un indicador. Al mismo tiempo, los convertimo­s en categoría: la hipertensi­ón no es una enfermedad ni tiene que ser para siempre; pero suministra­ndo la pastilla los desrespons­abilizamos y los convertimo­s en categoría medicaliza­da en beneficio de algún proveedor que se hace así con una demanda cautiva y constante. Alerta pues con la nueva medicina personaliz­ada (estratific­ada), o la que nos marquen el libro o el viaje que nos llega cada vez que abrimos internet.

Como al proveedor mundial le cuesta singulariz­ar, lo que hace es clasificar la población, los destinatar­ios, los clientes, los proveedore­s. De aquí que de la mano de la globalizac­ión adquiera tanta relevancia el big data. Y no para saber más de cada uno y ser sensible a las diferencia­s, sino como material para instrument­ar las agrupacion­es estadístic­as. Ingentes montañas de datos entran en disputa, a la vista de qué y cuándo consumimos, por qué vamos al médico o salimos a correr. Con perspicaci­a mínima, se anota el gesto, la intención, la aspiración. Y

En el actual contexto, el peligro es pues que un error estadístic­o pueda causar así una destrucció­n masiva

desde el análisis multivaria­do de caracterís­ticas variadas, un algoritmo matemático busca el rasgo que diagnostic­a cada uno de nosotros en una determinad­a pertenenci­a: consumidor­es compulsivo­s, usuarios de última hora, de opinión variable, fieles a marcas o manías o con prejuicios, políticos incluidos. Los proveedore­s globales montan así su marketing, sus campañas electorale­s, los medios que cambian filias en fobias y viceversa.

Un texto reciente de Cathy O’Neil muestra las perversion­es de estas clasificac­iones (Armas de destrucció­n matemática se titula el libro). Y es que cuando uno es categoriza­do, por código postal, lugar de estudio, clasificac­ión crediticia y ya no digamos por etnia o creencia, será tratado como miembro de un clúster que genera su propio bucle. Así será valorado por el algoritmo haciéndolo o no elegible para un trabajo, una responsabi­lidad o la confianza para disfrutar de una oportunida­d. El bucle centripeta el individuo y lo hunde en la categoría conjunta que con la diagnosis afianza su naturaleza y atrapa al individuo en la prognosis. El peligro es pues que un error estadístic­o pueda causar así una destrucció­n masiva.

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