La utilidad de un máster
Clara Sanchis analiza, a través de la visión de un estudiante universitario, las diferentes lecturas que se pueden hacer del escándalo sobre el máster de Cristina Cifuentes: “Llevamos mucho tiempo chapoteando entre escándalos de corrupción que mueven cantidades de dinero inabarcables para nuestros imaginarios. Excesos que nos aplastan. Camiones enteros de mierda. Pero lo que nos roba esta nueva vergüenza política es demasiado valioso”.
Intento que un universitario raso desembuche unas declaraciones sobre el caso del máster fantasma. El joven se resiste a colaborar, creo que por una cuestión de tiempo y espacio mental. Cursa una carrera científica y tiene la cabeza llena de axiomas y cuerpos teóricos de altura. Cosas que ni huelo. He comprendido que una zona importante de su intelecto está en un lugar inalcanzable para mí, que hace ya tiempo que su mente levantó el vuelo. He encontrado en sus bolsillos papelitos con palabras ininteligibles, fórmulas raras, signos de otros mundos que ni sueño. Después de varios intentos fallidos consigo extraer de su ocupado cráneo algunas conclusiones sobre este asunto fangoso, azuzando su indignación. Para tirarle de la lengua le hablo de un amigo que está convencido de que esta historia es la gota que colma el vaso. Esto es materia sensible, digo, demasiado sensible. Llevamos mucho tiempo chapoteando entre escándalos de corrupción que mueven cantidades de dinero inabarcables para nuestros imaginarios. Excesos que nos aplastan. Camiones enteros de mierda. Pero lo que nos roba esta nueva vergüenza política es demasiado valioso. Es un pequeño aguijón que amenaza directamente a la médula. Las horas infinitas de esfuerzo de un estudiante raso no tienen precio. No pueden ensuciarse.
Pero la mente científica de este joven no se entretiene en lamentaciones y se centra en la solución. Claro que habría que conseguir forzar la dimisión o despido urgente de todas las personas mezcladas en la falsificación, dice. Por supuesto, en el ámbito político. Pero para nosotros es fundamental que la universidad quede
Ya no me veo haciendo un máster en serio –dice el joven– y mejor que la cosa se llame de otra manera
completamente limpia. Que salgan de ahí todos los que han colaborado en el engaño. Aún así, añade, sería bueno que la palabra máster se sustituya. La palabra máster ahora suena como a chiste. Yo ya no me veo haciendo un máster en serio, dice, es mejor que a partir de ahora la cosa se llame de otra manera.
Se queda un momento pensativo y suelta una reflexión extraterrestre. Respecto a la presidenta, dice, pues como no fue a clase se quedó sin aprender el contenido del máster; no tiene ni idea de qué va ese máster, así que, en realidad, no le sirvió de nada. Lo escucho perpleja, impresionada por su idea de la realidad, tan lejana a la nuestra. Dudo si lo que ha dicho es de una ingenuidad grandiosa o una inteligencia supina. No parece que esté haciendo un juicio de valor, ni que esté exactamente compadeciéndose de ella. Más bien señala lo que a él le parece más importante, y a mí se me había pasado por alto: que esa mujer no alimentó su intelecto. La mente cultivada del joven, en cambio, inmune a los usos mercantilistas de las titulaciones, viaja libremente por caminos exóticos. No se le ocurre otra cosa que poner encima de la mesa el amor al conocimiento.