Vuelan los cuchillos en Madrid
LA escena política catalana se caracteriza, desde hace tiempo, por su división en dos bloques –el independentista y el no independentista– y, también, por las diferencias en el seno de ambos bloques, inútilmente maquilladas con ocasionales proclamas de unidad. En Madrid las cosas no están mucho mejor: por su cielo político vuelan cuchillos lanzados con intenciones aviesas. La primavera está resultando muy tormentosa y desabrida en la capital, ante un horizonte de cambios de mayorías y de gobierno en grandes instituciones políticas, según las encuestas. En los últimos días, presididos por el asunto del máster fraudulento de Cristina Cifuentes, cuya gestión crea disenso en las filas del PP, hemos asistido a diversas fricciones, una de las últimas protagonizada ayer por la propia Cifuentes, quien, acaso para desviar la atención mediática, decidió denunciar ante la Fiscalía las “irregularidades” del fallido proyecto de la Ciudad de la Justicia que impulsó hace unos diez años Esperanza Aguirre, antecesora suya en la presidencia de la Comunidad de Madrid.
Dichas fricciones no son privilegio exclusivo de los populares. Por el contrario, se producen en el seno de casi todos los grandes partidos. Por ejemplo, en Podemos, donde Carolina Bescansa habría urdido un plan, buscando el apoyo de Íñigo Errejón, para derrocar a Pablo Iglesias en la formación morada. O, por ejemplo, en el PSOE, donde trascendió, también anteayer, que alguno de sus dirigentes había ofrecido a Manuela Carmena, actual alcaldesa de Madrid por Podemos, encabezar la futura candidatura municipal socialista, algo que el líder del PSOE, que debería estar al tanto de tales cuitas, dijo ayer ignorar. Por no hablar, de vuelta a la esfera conservadora, del inaudito rifirrafe entre el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena, instructor de la causa contra las ilegalidades del independentismo catalán, y el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, porque el primero, confiando ciegamente en informes de la Guardia Civil, sostiene que el 1-O se malversaron 1,9 millones de euros públicos, algo que el ministro no está dispuesto a asumir y que en consecuencia niega.
Estas y otras disputas capitalinas nos indican un par de cosas. La primera es que los lideratos de las principales formaciones –a excepción de Ciudadanos– distan ahora de ser fuertes, o que al menos son contestados por una parte considerable de sus cuadros. La otra es que el conflicto catalán no sólo ha partido a la sociedad catalana sino que amenaza con sembrar la discordancia entre grandes instituciones estatales, algo hasta ahora infrecuente, por no decir impensable.
Pese a la recuperación económica, pese a la contención del desempleo, pese al final del terrorismo de ETA –que estos días anuncia su próxima disolución– y, en suma, pese a la atenuación de algunos de los principales problemas que ha sufrido la España contemporánea, los grandes partidos pasan horas bajas. No es el sistema democrático, ni la monarquía constitucional, ni el régimen del 78, como dicen voceros de la mal llamada nueva política, lo que está en crisis. Son las cúpulas y las políticas de los partidos las que dan pruebas de fatiga, cuando no de pasividad o de dejación de sus responsabilidades de gobierno. Quizás por ello vuelan los cuchillos en Madrid. Y no es una buena noticia. No lo sería en circunstancias más serenas. No puede serlo ahora, cuando el país afronta retos muy serios y necesita líderes capaces, firmes y con visión de futuro.