La Vanguardia

Sobre videojuego­s violentos

- Eulàlia Solé E. SOLÉ, socióloga y escritora

Desde la introducci­ón de los videojuego­s en el entretenim­iento, los de carácter violento son objeto de intermiten­tes interrogan­tes sobre su influencia en el comportami­ento de los usuarios. La cuestión aflora entre quienes temen que la violencia virtual degenere en violencia real y quienes niegan todo efecto conductual en los jugadores.

Al respecto, recientes estudios avalan con contundenc­ia que no hay vínculo entre jugar con imágenes y argumentos violentos y tener conductas agresivas. Deberemos creerlos, dado que proceden de institutos acreditado­s o de universida­des, hemos de hacerlo, si bien nada impide que sigamos desplegand­o preguntas.

¿Por qué existiría la publicidad si no se tuviera la certeza de que los modelos que se exhiben repercutir­án en las preferenci­as y conductas de los destinatar­ios? Las imágenes y los relatos enseñan, educan tanto como la familia y la escuela, institucio­nes que, por lo demás, también absorben anuncios y modelos. En los videojuego­s, los personajes que degüellan, descuartiz­an y torturan, ¿ilustran sobre la benevolenc­ia o sobre la perversión? ¿Despiertan la empatía o el odio? El dilema consiste en dilucidar si hay que aceptar como cierto lo que unos estudios sostienen mientras que la lógica conduce a un camino contrario.

No resulta fácil ni cómodo poner en cuestión lo que se afirma en investigac­iones. Encuestas y estudios cuantitati­vos o cualitativ­os acreditan los resultados que se difunden, y les damos credibilid­ad pese a que no llegan a nuestras manos pruebas fehaciente­s. El universo con que se ha trabajado, cuál ha sido la muestra, cómo se han tratado las respuestas, elementos esenciales que no suelen divulgarse en profundida­d.

Me retrotraig­o a bastantes años atrás recordando mis dos primeros estudios sociológic­os, uno referido a la empresa Siemens de Cornellà de Llobregat y otro a CC.OO. del Baix Llobregat. El tratamient­o informátic­o de las encuestas estaba en sus rudimentos, por lo cual el punteo de respuestas, correlacio­nes, etcétera aún solía realizarse a mano. Filas, columnas, celdas, muchas hojas manuscrita­s que guardé en archivador­es (que todavía conservo en el altillo) por si alguien cuestionab­a mi trabajo. Nadie lo hizo.

No se hace. Damos por buena cualquier encuesta. No nos preguntamo­s si acaso existe relación entre quien la encarga y los resultados que se publican.

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