Sobre videojuegos violentos
Desde la introducción de los videojuegos en el entretenimiento, los de carácter violento son objeto de intermitentes interrogantes sobre su influencia en el comportamiento de los usuarios. La cuestión aflora entre quienes temen que la violencia virtual degenere en violencia real y quienes niegan todo efecto conductual en los jugadores.
Al respecto, recientes estudios avalan con contundencia que no hay vínculo entre jugar con imágenes y argumentos violentos y tener conductas agresivas. Deberemos creerlos, dado que proceden de institutos acreditados o de universidades, hemos de hacerlo, si bien nada impide que sigamos desplegando preguntas.
¿Por qué existiría la publicidad si no se tuviera la certeza de que los modelos que se exhiben repercutirán en las preferencias y conductas de los destinatarios? Las imágenes y los relatos enseñan, educan tanto como la familia y la escuela, instituciones que, por lo demás, también absorben anuncios y modelos. En los videojuegos, los personajes que degüellan, descuartizan y torturan, ¿ilustran sobre la benevolencia o sobre la perversión? ¿Despiertan la empatía o el odio? El dilema consiste en dilucidar si hay que aceptar como cierto lo que unos estudios sostienen mientras que la lógica conduce a un camino contrario.
No resulta fácil ni cómodo poner en cuestión lo que se afirma en investigaciones. Encuestas y estudios cuantitativos o cualitativos acreditan los resultados que se difunden, y les damos credibilidad pese a que no llegan a nuestras manos pruebas fehacientes. El universo con que se ha trabajado, cuál ha sido la muestra, cómo se han tratado las respuestas, elementos esenciales que no suelen divulgarse en profundidad.
Me retrotraigo a bastantes años atrás recordando mis dos primeros estudios sociológicos, uno referido a la empresa Siemens de Cornellà de Llobregat y otro a CC.OO. del Baix Llobregat. El tratamiento informático de las encuestas estaba en sus rudimentos, por lo cual el punteo de respuestas, correlaciones, etcétera aún solía realizarse a mano. Filas, columnas, celdas, muchas hojas manuscritas que guardé en archivadores (que todavía conservo en el altillo) por si alguien cuestionaba mi trabajo. Nadie lo hizo.
No se hace. Damos por buena cualquier encuesta. No nos preguntamos si acaso existe relación entre quien la encarga y los resultados que se publican.