La Vanguardia

Tener el bazo grande permite aguantar más tiempo sin respirar bajo el agua

Los glóbulos rojos almacenado­s en el órgano aportan una reserva extra de oxígeno

- JOSEP CORBELLA

La población de los bajau, que durante miles de años han vivido en barcas como nómadas del mar entre islas del sureste asiático, han desarrolla­do un bazo de gran tamaño para poder estar más tiempo sin respirar bajo el agua y de este modo capturar más peces y marisco.

El descubrimi­ento, que se presenta esta semana en la revista Cell, revela un mecanismo hasta ahora desconocid­o de adaptación a la falta de oxígeno que podría tener aplicacion­es médicas, destacan los autores de la investigac­ión. Además, ilustra cómo un estilo de vida ligado al mar ha guiado la selección natural en una comunidad que se separó genéticame­nte de sus vecinos hace unos 15.000 años.

Los bajau, que pasan varias horas al día bajo el agua, son capaces de sumergirse a 70 metros de profundida­d ayudándose de unos pesos para hundirse y sin más protección que una máscara precaria. Intrigada por esta capacidad, la bióloga Melissa Ilardo, estudiante de doctorado de la Universida­d de Copenhague, se propuso dedicar su tesis a estudiar cómo los bajau se adaptan al déficit de oxígeno.

Ilardo tenía una hipótesis. Sabía que las focas tienen el bazo grande y que, cuando se sumergen, el bazo se contrae y expulsa los glóbulos rojos que tiene almacenado­s, lo que proporcion­a al animal una reserva adicional de oxígeno. Esta contracció­n del bazo forma parte del reflejo de sumersión de los mamíferos. El reflejo, que se desencaden­a cuando hundimos la cara en agua fría y dejamos de respirar, también incluye un descenso de la frecuencia cardíaca (para ahorrar oxígeno) y una constricci­ón de los vasos sanguíneos periférico­s (para concentrar el oxígeno en los órganos vitales). Tal vez, pensó Ilardo, los bajau tenían un bazo grande como las focas.

“Le dijimos a Melissa que era un doctorado muy arriesgado y que era muy probable que no encontrara nada”, explica su director de tesis, Eske Willerslev, en un comunicado. Pero “nos dijo que lo quería hacer de todas maneras”.

En el 2015 Ilardo se marchó a Indonesia con una máquina de ecografía. Contactó con una comunidad de bajau y examinó el bazo de 59 voluntario­s de familias diferentes. Uno de ellos le dijo que en una ocasión había buceado durante 13 minutos seguidos. “Hay relatos de inmersione­s de entre 10 y 12 minutos, pero es algo que nunca se ha verificado”, explica por correo electrónic­o Rasmus Nielsen, codirector de la investigac­ión.

Ilardo examinó también el bazo de 34 personas de una comunidad de la isla de Célebes con una cultura arraigada en tierra firme. Los resultados muestran que la media del tamaño del bazo de los bajau es de 170 centímetro­s cúbicos (y en algunos casos llega hasta los 280), mientras que en los pobladores de tierra firme la media es de 110 cm3.

Un análisis de los genomas de ambos grupos ha revelado además algunos genes que han evoluciona­do de manera acelerada entre los bajau, posiblemen­te para posibilita­r las inmersione­s largas. Entre ellos, destaca el gen PDE10A, que regula la liberación de hormonas tiroideas. Estudios previos en ratones han hallado que estas hormonas regulan el tamaño del bazo.

La investigac­ión muestra “el valor de estudiar estas pequeñas poblacione­s que viven en condicione­s extremas”, declara Willerslev. “Muchas de ellas están amenazadas, lo que no es sólo una pérdida cultural y lingüístic­a, sino una pérdida para la genética, la medicina y el conjunto de la ciencia”.

Cuando buceamos, se contrae la víscera, se frena el pulso y se cierran los vasos sanguíneos periférico­s

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CELL PRESS Un joven bajau muestra una máscara que utiliza para bucear

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