¿Otra vez a las andadas?
La noticia se ha perdido entre breves de las páginas de economía de la prensa, pero tiene su aquel: en 2017, las familias han necesitado recursos para financiar parte de su inversión. Este es un cambio, no menor, que merece algunos comentarios.
Primero. Retengan que, tradicionalmente aquí y en el resto de países avanzados, a los hogares les han sobrado fondos tras financiar su consumo e inversión, mientras que lo contrario sucede con las empresas.
Segundo. Entre el 2016 y el 2017, el ahorro familiar ha caído un 24% (de 54.000 a 41.000 millones de euros), por un aumento del ingreso (2%) muy inferior al del consumo (4,2%); en relación con su renta, ha acentuado su retroceso anterior, hasta el 5,7%, uno de los registros más bajos de nuestra historia y en línea con el del 2007.
Tercero. El avance del consumo privado confirma que se precisan unos 4 o 5 años para que las penurias de las crisis se olviden y los ciudadanos comiencen a elevar su gasto más alegremente, algo que ya sucedió tras las de 1974-78 y 1991-94. Ello forma parte de nuestro ADN: sin esta capacidad de olvido no podríamos recomenzar tras las catástrofes que, periódicamente, nos afligen, sean guerras, huracanes, inundaciones, terremotos o debacles financieras.
Cuarto. El menor ahorro de las familias en el 2017 ha venido acompañado de un aumento del 19% de su gasto de inversión en
En el 2017 las familias se endeudaron para financiar su consumo e inversión, por primer vez desde el 2008
activos, inmobiliarios o financieros (de 36.000 a 43.000 millones), con lo que debieron endeudarse para financiar una parte. Esta necesidad de fondos no es una cifra que asuste. Pero sí destaca que sea la primera vez que ello sucede desde el 2008: mientras entre el 2009 y el 2015 a los hogares les sobraron recursos (unos 30.000 millones por año), en el 2016 estos ya se redujeron a la mitad, anticipando la aparición de necesidades de crédito en el 2017.
Finalmente, todo lo interior importa en relación con el tradicional talón de Aquiles de nuestra economía, que no es otro que el saldo exterior, suma de las diferencias ahorro-inversión de los distintos agentes económicos. En el 2017, la necesidad de financiación de las familias se compensó con la reducción del déficit público (de -50.000 a -36.000 millones) y, en particular, con los abundantes recursos retenidos en las empresas (un exceso de ahorro sobre su inversión próximo a los 57.000 millones de euros). En conjunto, y como país, todavía nos sobraron fondos para suministrar un préstamo al resto del mundo de unos 20.000 millones.
Pero, a poco que la recuperación continúe, eso cambiará: las empresas, en especial las no financieras, deberían aumentar su inversión y regresar a su tradicional posición demandadora de capital. Es en este contexto en el que adquiere importancia el cambio, de prestamistas a prestatarios, de los hogares, como sucedió al final de la expansión de los 2000.
¿Otra vez a las andadas? No: mientras el saldo exterior continúe positivo, no vamos mal. Pero las bases que lo sustentan se están deteriorando. Atentos.