La Vanguardia

Moral en la guerra fría

- Juan-José López Burniol

Juan-José López Burniol pone el foco en la evolución humana desde el final de la Segunda Guerra Mundial, preguntánd­ose si el ser humano ha ido hacia mejor o hacia peor: “Este año 2018, en todo el mundo, se duchará más gente, irán al colegio más niños y podrán acudir al hospital más personas que en el 2017”.

Hace ya tiempo que casi no leo novela. Me da una pereza infinita meterme de repente en un mundo que no es el mío. Pese a ello, llevo mediada la última novela de John Le Carré: El legado de los espías. ¿Por qué? A Le Carré le he leído siempre o, mejor, casi siempre. Comencé a fines de los 70 con El espía que surgió del frío, y diría que excepto un par de sus últimas obras –que se me cayeron de las manos– he terminado con gusto todos sus libros. Cuenta historias interesant­es, que se desarrolla­n en un mundo oculto y protagoniz­an unos personajes atípicos. Nunca he olvidado a George Smiley, ni tampoco a Ann –su mujer–, aunque su presencia sea siempre nebulosa. Me decidí a leer El legado de los espías porque Le Carré regresa en ella al mundo de la guerra fría, que asocio a lo mejor de su obra, y se centra además en un episodio oscuro de la trayectori­a de Smiley sobre el que, años después, se le exigen cuentas.

La casualidad, que no el designio, ha querido que el libro que había leído antes –y presenté en el Ateneu– fuese

¿Un mundo mejor?, de los profesores Norbert Bilbeny y Eulàlia Solé, en el que los autores se proponen “determinar con imparciali­dad (…) la situación de hombres y mujeres desde los tiempos de la guerra fría hasta el mundo de hoy”, partiendo de la idea de que “la caída del muro de Berlín hacía esperar un mundo menos polarizado en bloques de poder e ideologías enemigas”. En realidad, se hacen una sola pregunta: “¿Va nuestro mundo moralmente a mejor?”, lo que equivale a cuestionar­se si el progreso moral avanza siempre al compás del progreso material. “Algunos indicadore­s –nos dicen– pueden llevar a concluir que hay menos libertad e igualdad en el mundo que en la época de la postguerra”, lo que conllevarí­a “un riesgo para la democracia”. Una prueba de que esto es así lo constituye –a su juicio– la emergencia del populismo, que “identifica la nación con el pueblo soberano, acusa de corrupción a las élites en el poder, quiere revisar el establishm­ent institucio­nal, se apoya en el anonimato de las redes sociales y líderes mediáticos, y se sitúa al margen tanto de la confrontac­ión de clases como de la división entre izquierda y derecha”. Por el contrario, entre las Segunda Guerra Mundial y el comienzo del siglo XXI, el mundo gozó de un “trípode virtuoso formado por el progreso económico, el bienestar social y la democracia liberal”, que hoy ha sido reemplazad­o por un “triángulo tormentoso formado por la recesión económica, el deterioro del bienestar y el populismo”.

Un posicionam­iento tan claro como este invita a reflexiona­r. Y mi idea es que este año 2018, en todo el mundo, se duchará más gente, irán al colegio más niños y podrán acudir al hospital más personas que en el 2017. Es más, la desigualda­d entre países y zonas del mundo disminuirá, aunque aumente dentro de los países del primer mundo. O sea, que es cierto un progreso material y universal sostenido, si bien con altibajos. Lo que no obsta para que sea pertinente la pregunta de si este progreso material va acompañado de un paralelo avance moral. La respuesta es, para mí, negativa. La razón de esta discordanc­ia estriba –a mi juicio– en que hay que distinguir entre las actitudes humanas más profundas y los presupuest­os que integran la realidad y constituye­n la circunstan­cia en

Hay un progreso universal y material sostenido; la pregunta pertinente es si va acompañado de un avance moral...

que dichas actitudes se desenvuelv­en en cada época histórica. Hecha esta distinción, se constata fácilmente que las actitudes humanas profundas son permanente­s a lo largo de los siglos, mientras que los presupuest­os –la realidad– en que se desenvuelv­en varían para mejorar con el paso del tiempo. Pero cualquiera que sea el nivel que alcance esta mejora, los impulsos básicos que vertebran e informan las actitudes humanas son susceptibl­es siempre de precipitar la conducta de hombres y mujeres a la sima más profunda de indignidad, bestialida­d (con perdón de las bestias) y cobardía que pueda concebirse. De ahí, por ejemplo, que una sociedad en la cima cultural del mundo pudiese, mediado el siglo XX, industrial­izar el exterminio humano. Huelgan más ejemplos.

De acuerdo con esta idea, admito –como se desprende del libro de los profesores Bilbeny y Solé– que ha habido en muchos aspectos un retroceso ético o moral desde la etapa de la guerra fría hasta ahora. Lo que plantea, a su vez, cuál es la causa de este retroceso. Una explicació­n sería que durante la guerra fría se enfrentaba­n dos ideologías adversaria­s pero ambas seguras de sí mismas, mientras que hoy –una vez desvanecid­o el espejismo del “fin de la historia” con el triunfo de los “buenos” anunciado por Fukuyama– lo que se cuestiona desde dentro son nuestras técnicas sociales, los fundamento­s de legitimida­d de un modelo político basado en el respeto de los derechos fundamenta­les, la alternanci­a de fuerzas políticas y la libre formación del pluralismo ideológico; en suma, lo que se cuestiona son nuestros principios, la manera de entender las cosas que arranca de la Ilustració­n. Son dos mundos distintos.

Ahora entiendo por qué he vuelto a John Le Carré: por nostalgia. Cosa de viejos.

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BERT HARDY / GETTY Hangar británico en Berlín en 1948 contra el bloqueo soviético

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