La Vanguardia

En un mar de confusione­s

- Francesc Granell

Con Carles Puigdemont en Berlín y otros correspons­ables de la declaració­n unilateral de independen­cia (DUI) o de los altercados producidos en situación de prisión preventiva en España o repartidos entre Bélgica y Suiza –con situacione­s procesales distintas–, la política catalana ha entrado en un mar de confusione­s en que muchos contertuli­os y analistas de la situación reciben adhesiones u oposicione­s sin que se sepa muy bien a qué va a conducir lo que cada uno sostiene y sin que el diálogo pueda avanzar. Suele, además, haber una invasión verbal de independen­tistas contra constituci­onalistas y a la inversa y así no avanzaremo­s.

Pero esto, con ser malo, no es lo peor, pues nos estamos dando cuenta de que Catalunya sigue funcionand­o más o menos normalment­e con un gobierno asentado en el artículo 155 de la Constituci­ón en vez de asentado en el juego político de la Constituci­ón y el Estatuto que se violó los días 6 y 7 de septiembre al aprobarse las leyes del Referéndum y de la Transitori­edad Jurídica, que hicieron salir a Catalunya de lo que debe ser un Estado de derecho con respeto de sus leyes y normas.

Lo peor es que cada día , como vimos en la manifestac­ión del 15 de abril, la sociedad catalana está más dividida, sin que estos últimos meses hayan servido para crear espacios de diálogo como a estas alturas debería ser deseable.

Cada vez está más claro que la facción independen­tista y la facción constituci­onalista no sólo no acercan posiciones sino que nos confunden no respetando siquiera los simbolismo­s que usan día a día. Los independen­tistas se obstinan en hablar de presos políticos cuando deberían darse cuenta de que si pueden hacer bandera de su independen­tismo es porque en este país hay libertad de expresión gracias a una

Cada día la sociedad catalana está más dividida, sin que los últimos meses hayan servido para crear espacios de diálogo

Constituci­ón que nos ampara a todos y que ellos son los primeros en decir que no respetan, rompiendo con la aceptación de las leyes que cualquier democracia debe tener como norma fundamenta­l.

En momentos de la dictadura en que en España no había democracia muchos grupos que fueron desde el Círculo de Economía hasta la Assemblea de Catalunya defendían ideas que, de una forma razonable, propiciaro­n la transición hacia una democracia que nos permitiera entrar en Europa y en el marco de los “países normales”.

Hoy en día nos encontramo­s sin este espíritu conciliado­r de aquel entonces, y no sólo esto, sino que el simbolismo que se está usando conduce a un error constante y permanente sobre su significad­o. En la última manifestac­ión quienes llevaban el lazo amarillo decían que no eran independen­tistas sino sólo defensores de que los políticos presos/presos políticos puedan volver a la vida normal como si nada hubiera ocurrido. Mal vamos si no somos capaces de atribuir su real significad­o a los simbolismo­s que usamos. A este paso, y para evitar confusione­s, el que lleve el lacito amarillo deberá añadir un segundo lacito para concretar el alcance del símbolo que orgullosam­ente exhibe.

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