Quid pro quo, Clarice
Hubo una época en la que a los niños pequeños, a la hora de comer, los padres los sentaban en la trona y les acercaban la cuchara a la boca. Hasta que crecían, aprendían a usar los cubiertos y, todavía en la trona, ellos mismos cogían la comida del plato. Nada de juguetes para hacerles más distraído el rato. Como mucho, en la primera etapa, el juego de simular que la cuchara es un avión que despega, da unas cuantas vueltas y finalmente aterriza en su boca.
Ahora, en muchos casos no es así. Los niños se sientan en la trona y delante tienen todo un tendido de muñecos de Playmobil (médicos, futbolistas, campesinos, leñadores...), además de taxis, autobuses, camiones de bomberos, excavadoras, avionetas, ambulancias, porterías de fútbol y pelotitas para marcar gol.
–Es que, si no se distrae un poco, el niño no me come.
¿Cómo va a comer si desde el primer día le habéis enseñado que comer no consiste simplemente en probar y masticar cada cucharada, sino que es una actividad que necesita hacerse rodeada de juguetes al alcance de la mano? Por si este panorama no fuera suficientemente penoso, para
Muchos niños son incapaces de comer sin tener la mesa llena de juguetes al alcance de la mano
empeorarlo, ahora se ha puesto de moda presentarle al niño los platos con la comida convertida en imágenes de peliculitas. Si no me equivoco, la tendencia tomó impulso hace tres años, cuando una madre australiana de nombre Laleh Mohmedi empezó a colgar en su cuenta de Instagram fotos de los platos que preparaba a sus hijos: Jakob, de cuatro años, y Charlie, de cinco meses. El éxito fue tremendo. Consiguió un montón de seguidores, incluido Jamie Oliver, el prestigioso chef inglés del tres al cuarto. La madre en cuestión sirve a sus hijos platos con el pollo adornado con zanahorias que hacen de brazos, un corbatín de pimiento y, para que acabe de parecer un humano, una cabeza de señor hecha de puré de patatas. La cara del perro Pluto la hace con trozos de pollo, y las orejas, con arroz salvaje. Cocinando no sé si es buena, pero dibujando sí. La rana Gustavo la hace con láminas de aguacate y espárragos. Para hacer a Bob Esponja dispone en forma de cuadrado los espaguetis, para que parezca su cara. Por ojos pone dos rodajas de tofu, y las piernas las hace con cachos de pavo de supermercado. Lo remata con dos judías verdes a trozos, que simulan un brazo y la bandeja que lleva en la mano. Se supone que, presentados de esa forma, los niños devoran los platos sin refunfuñar. Quizá sí. Empiezas por arrancar los ojos de Bob Esponja, te los comes, acto seguido lo decapitas y te metes todos los espaguetis en la boca (¡ñam ñam! ).A continuación, el pavo que le hace de piernas. Imagino, cu1ndo eres niño y te has comido a Bob Esponja, la sorpresa de verlo más tarde en la tele –¡vivo!–, y el aprendizaje que eso supone, hasta convertirse en una obsesión progresiva que te impulsa cada día a hitos más notables. Hannibal Lecter debió de empezar así, de chiquitín. Calculo que cuando se hizo adulto y vio que en los platos ya no le servían la comida en forma de caras de personas, se sintió frustrado y, lógicamente, se pasó al canibalismo.