Todo eso no debió producirse jamás
AYER la organización terrorista ETA hizo público un comunicado, de contenido y tono inusuales, en el que lamenta el daño causado durante sus decenios de actividad armada –con más de 800 muertos– y pide perdón a parte de sus víctimas. Dicho comunicado llega pocas semanas antes de la disolución de la banda, cuyo anuncio está previsto para mayo. Y sucede a otros textos esperanzadores, como el de octubre del 2011 relativo al fin de la lucha armada. O a la escenificación en abril del 2017 de su desarme. En otras palabras, ETA, que cometió sus primeros asesinatos en los años sesenta del siglo pasado, y los últimos en diciembre del 2006, parece acercarse, ahora sí, a su final definitivo.
El comunicado etarra de ayer –al que se sumó otro de los obispos vascos y navarros pidiendo perdón por sus “complicidades”– es una buena noticia. En él ETA reconoce que en las décadas del terrorismo “se ha sufrido mucho”, que en tal sufrimiento le corresponde una “responsabilidad directa” y que todo eso “no debió producirse jamás ni prolongarse en el tiempo”. Ese reconocimiento del sufrimiento ocasionado, esa asunción de la culpa y esa admisión de que todas sus acciones fueron un sinsentido no pueden ser sino bienvenidos. No devolverán la vida a las víctimas, ni a estas a sus seres queridos; no mitigarán el dolor producido ni recompondrán todo aquello que rompieron para siempre. Pero con tales reconocimientos ETA nos dice que la razón histórica nunca estuvo de su parte. Del mismo modo que nunca fue justificable su violencia, mediante la que quiso imponer a todos su opción minoritaria. Buena parte de la sociedad era ya consciente de ello y por eso manifestó, a veces con enorme coraje, su oposición a los violentos. Pero otra parte de la sociedad toleró a los terroristas o incluso los jaleó. Y es ese mundillo próximo a ETA el que ayer reconoció su error. Ha tardado mucho, es cierto. Pero no podemos dejar de alegrarnos ahora que lo ha hecho.
Aun así, el comunicado de ayer contiene zonas de sombra. Fuentes diversas del arco político han coincidido en señalar que es inadmisible la distinción que hace de las víctimas, como si sólo fueran merecedoras de excusas o de compasión aquellas que cayeron en las acciones armadas de modo accidental. Como si estuvieran justificados los crímenes que acabaron con funcionarios de los cuerpos de seguridad, políticos, periodistas y otros profesionales que, cuando ETA estaba todavía muy lejos de reconocer su error, dedicaron ya sus esfuerzos a combatirla. Como si quienes lucharon abiertamente contra el terror no hubieran hecho lo que debían. Obviamente, esa discriminación de las víctimas que hace ETA es inaceptable. Y sería bueno, como reclamaba ayer el lehendakari Urkullu, que se corrija con ocasión del próximo anuncio de disolución de la banda. También sería bueno, por cierto, que esta petición de perdón viniera acompañada de la contribución de los etarras al esclarecimiento de los cerca de 300 crímenes cometidos por la banda y todavía impunes.
Los etarras no serán recordados por su comunicado de ayer. Serán recordados por sus asesinatos, su chantaje al Estado y su totalitarismo. También porque su trayectoria mortífera, ahora lamentada incluso por ellos, nos recuerda a todos que no hay mejor sistema que el democrático ni mejores herramientas para sustentarlo que el diálogo en un marco pacífico. En efecto, ni ETA ni sus acciones debieron producirse nunca.