La Vanguardia

Alimentar el alma

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

En estos tiempos que vivimos se cuida el cuerpo en todos los aspectos posibles, la alimentaci­ón, la higiene, el cuidado de los trastornos que van sucediendo, el ejercicio físico y tantas cosas que se proponen. ¿Y el alma? ¿O el espíritu, o como se quiera nombrar lo que nos habita? ¿Cómo se alimenta? Las artes y las ciencias trabajan en ello, aunque quizás el pan básico de esa alimentaci­ón es la lectura. Leer implica muchas cosas: un lugar tranquilo, silencio, tiempo y perseveran­cia. Dicho de otra manera, dedicar una parte del propio tiempo a la lectura, porque el tiempo no se tiene, sino que se dedica por propia voluntad. De hecho, dedicar tiempo a alguna cosa es darle valor. Y la dedicación a la escritura nos ha dado unos tesoros incomparab­les y llenos de vida, y es esta vida la que se contagia al alma del lector. Leer un buen libro es, a la vez, un acto de confianza hacia el autor y un acto de humildad que hace el lector, tal como un sediento va a la fuente a beber agua. ¿Y qué es un buen libro? Es el que abre puertas y ventanas en la mente del lector y deja que penetre el aire vital; es el que hace que te sientas mejor después de la lectura; el que conecta con la sensibilid­ad del lector como una buena compañía; el que devuelve la confianza en el género humano, y tantas cosas más. Un buen libro es un abrigo que acoge el desamparo de la condición humana, y la vida que fluye de él no se halla sujeta al tiempo, el autor y el lector pueden estar separados por siglos y la vida fluye como si el autor estuviera a nuestro lado.

Un buen libro está hecho con autenticid­ad, y aunque sea de ficción, el autor escribe para expresar lo que siente y darlo a conocer a quien quiera leerlo. Es cierto que hay quien escribe pensando en fórmulas comerciale­s aunque eso se nota ya en la primera página, no hay que perder ni un minuto con ello. En cambio, quien escribe de veras, desde sus sentimient­os, contagia esa parte de la realidad que se filtra en sus palabras y que de alguna manera llega al lector como un regalo que compartir. Leer también es un cultivo de la paciencia entendida como un camino por transitar sin prisas, un acuerdo tácito con el tiempo y, por encima de todo, un alimento del alma.

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