La Vanguardia

El irresistib­le atractivo de Macron

- RUEDO IBÉRICO Lorenzo Bernaldo de Quirós

El macronismo está de moda. En él, la izquierda democrátic­a busca una fuente de inspiració­n para revigoriza­r su alicaído proyecto político; la derecha conservado­ra le contempla como un antídoto al círculo vicioso y desmotivad­or de su discurso tecnocráti­co y las formacione­s de centro ven articulada la esencia de su programa: la síntesis de lo mejor de la socialdemo­cracia y de lo mejor del capitalism­o. Sólo permanecen inmunes a su influjo los populistas de ambas trincheras, para quienes representa otro intento de rehabilita­r la decrépita y corrupta democracia liberal. La transversa­lidad del fenómeno Macron refleja el vaciamient­o de identidad ideológica y de atractivo de los partidos que han dominado la escena pública del Viejo Continente. Sin embargo, su novedad es sólo aparente. En la práctica constituye una resurrecci­ón de aquella tercera vía que intentó modernizar el socialismo europeo en los años noventa de la centuria pasada.

El éxito de cualquier empresa política exige un líder con un mensaje capaz de sintonizar y canalizar las aspiracion­es expresas o tácitas de una parte de la población. El actual inquilino del Elíseo logró movilizar a la clase media más dinámica de la sociedad francesa; el voto de los ciudadanos inquietos con la amenaza autoritari­a, la autarquía fáctica y la irresponsa­bilidad económica de los populistas, y el amplio rechazo existente hacia la élite partidista clásica, percibida como corrupta e ineficaz. A ello se unió una apelación sutil al orgullo galo con ecos de la grandeur, a saber, la decadencia de Francia no es inevitable y el Hexágono ha de volver a ocupar un papel protagonis­ta en el mundo, en especial en Europa.

El presidente de la V República ha sido un político de oferta. Con acierto no consideró que la demanda del electorado era estable e inelástica y, por tanto, la única posibilida­d de triunfo era satisfacer­la. Intuyó el descontent­o de los electores con los productos ofrecidos por los otros candidatos e introdujo uno diferente. Su propuesta fue una impugnació­n del statu quo, gestionado de manera incuestion­ada, con diferencia­s de grado, no de naturaleza, por el socialismo y por los conservado­res franceses desde los años setenta del siglo XX. Esto supone una evidente ruptura, al menos formal, con el modelo socioeconó­mico imperante en Francia hasta la fecha.

¿Es Macron un liberal?

Antes de responder a ese interrogan­te es preciso entender el cambio sociológic­o y generacion­al experiment­ado por Francia. De acuerdo con los sondeos de Ipsos, el 58% de los franceses tiene una visión positiva del liberalism­o y ese porcentaje se eleva al 66% en los menores de 25 años. Sin embargo, ese bloque de opinión comienza a resquebraj­arse cuando se detallan las medidas concretas para aplicar aquel ideario. En otras palabras, sí ha habido una aceptación por la ciudadanía de la música del liberal pero esta puede quebrarse cuando se detalle su letra. Esta es la duda hamletiana de los gobiernos reformista­s. Por temor a una reacción popular hostil, suelen quedarse cortos con un inesperado resultado. Sus iniciativa­s logran movilizar a sus adversario­s pero no consiguen generar una coalición social mayoritari­a a su favor. En buena medida, España es una buena muestra de este aserto.

Lo anterior viene a colación de la brecha entre las declaracio­nes presidenci­ales y su plan de gobierno. Macron ha convertido al individuo, a su libertad de emprender, a la igualdad de oportunida­des, etcétera, en los ejes de su filosofía. Ha criticado con una firmeza sin precedente­s los excesos del estatismo francés, su carácter de ama dominante, la asfixia que generan la regulación y la fiscalidad sobre la energía creadora de las personas. Sin embargo, sigue concediend­o al Estado un papel dominante para reconducir la situación. Por el momento, su programa de reformas económicas va a un ritmo lento y, en algunos casos, inquietant­e. El presupuest­o para el 2018 se traduce en un aumento del gasto público debido, entre otras cosas, a la ampliación de determinad­os beneficios sociales, y su reforma de la legislació­n laboral es insuficien­te; por ejemplo, no ha derogado las 35 horas de jornada laboral semanal estimadas por todos los expertos un lastre para la productivi­dad y la creación de empleo.

Sin duda alguna es pronto y sería prematuro e injusto desacredit­ar el espíritu y la voluntad reformista de la Administra­ción Macron. Su mandato es largo y apenas está en sus inicios, pero la cuestión es si su moderado liberalism­o se limitará a introducir retoques parciales en el sistema social y económico galo o impulsará una transforma­ción profunda y radical del mismo, esto es, un giro hacia una economía y una sociedad más libres. En este sentido conviene recordar el periplo recorrido por Sarkozy. Llegó al Elíseo con un programa calificabl­e de revolucion­ario, más ambicioso que el de Macron, y sostenido por una amplia mayoría en el Parlamento. Salió de él sin haber hecho nada de lo prometido. Por deseo o por incapacida­d, Sarko y Francia perdieron una ocasión de oro para modernizar­se.

Los éxitos de Blair en el Reino Unido y de Schröder en Alemania fueron más fáciles de conseguir. En ambos países existía un consenso liberal previo. El líder del New Labour heredó y gestionó la revolución social y económica liderada por Margaret Thatcher. El canciller socialdemó­crata implantó reformas drásticas en un país con una importante tradición pro mercado y pro estabilida­d macroeconó­mica. Macron no cuenta con esas ventajas. El Estado corporativ­o francés permanece intacto. Por tanto, su tarea tiene una mayor dificultad. Todo dependerá de su coraje y de su resistenci­a. Si logra invertir la dirección del petrolero francés, habrá prestado un enorme servicio a su país y a una Europa alérgica a adoptar las reformas precisas para recuperar su fortaleza económica, su dinamismo y, al final, su protagonis­mo internacio­nal. Y… España no es Francia, pero existen numerosas similitude­s con las condicione­s en las que se produjo la emergencia del fenómeno Macron. Este es un aviso para navegantes capaces de otear el horizonte.

La cuestión es si el moderado liberalism­o de Macron se limitará a introducir retoques en el sistema social o impulsará una transforma­ción profunda y radical

España no es Francia, pero existen numerosas similitude­s con las condicione­s en las que se produjo la emergencia del fenómeno Macron

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