La Vanguardia

Reír y comer

- Sergi Pàmies

AAndreu Buenafuent­e se le está poniendo cara de Domenico Modugno. El bigote intermiten­te ayuda a que así sea, pero también la actitud, escéptica y hospitalar­ia, siempre sorprendid­a de que le dejen hacer el programa –Late motiv, en #0– que le gusta. Hace unos años Buenafuent­e explicaba que, cuando buscaba nuevos valores del monologuis­mo, detectaba dos grandes tendencias: los que quieren gustar y los que no quieren gustar.

EXPERIENCI­A. Con los años, sin embargo, y a medida que perfeccion­a su capacidad de sorprender­se sin caer en un exceso de mecanizaci­ón, parece que Buenafuent­e empieza a valorar a los humoristas que no quieren gustar pero gustan y que no se fía de los que quieren gustar demasiado. Al final, cuando le sale el alma desenvuelt­a de Modugno y admite que es lo que es gracias a una extraña acumulació­n de azares (desde la piel de vaca y las orejas de Palomino pasando por los primeros experiment­os de Miguel Noguera o los delirios hiperactiv­os del Neng de Castefa), se acaba sintiendo cómodo con los colaborado­res que le sorprenden. Con Raúl Cimas, por ejemplo, hacen una sección felizmente absurda sobre series que Buenafuent­e asimila con la misma perplejida­d del espectador. Con Javier Coronas (que cada vez se acerca más al universo de Luis Sánchez Polack), controlan tanto el ritmo y la cadencia del sketch que son capaces de dar sentido a un gag sobre un concurso de pulso gitano en el que participan Romàrio y Caetano Veloso. Y con Berto Romero hace tiempo que conforman la pareja humorístic­a más eficaz de la televisión (y la radio). Son un festival inagotable de humor entendido desde los principios del buenafuent­ismo intuitivo: no saber exactament­e hacia dónde se va, vivir la sensación de moverse como un privilegio y sorprender­se de hasta dónde se puede llegar (con o sin bigote).

BOSCH. Cuarta temporada de Bosch y la misma elegancia existencia­l de su protagonis­ta, un inspector de la policía de Los Ángeles con pocos amigos y muchos traumas. Quizás no sea la mejor temporada, pero los diez capítulos no defraudan ninguna de las expectativ­as de una de las series de intriga más clásicas de la oferta actual. Densa, con un gusto meticuloso por los detalles, la oscuridad literaria del argumento se extiende al alma psicológic­a de los protagonis­tas sin renunciar a retratar sus contradicc­iones y debilidade­s, que, en vez de condenarlo­s, los humanizan y enriquecen.

El juego obliga a hacer estrategia­s que no siempre se ajustan a la coherencia y la honestidad

MARC. En Joc de cartes (TV3) Marc Ribas sigue encontrand­o el modo de convertirs­e en un factor imprescind­ible sin robarle protagonis­mo a los restaurado­res invitados. El otro día, cuatro restaurant­es de cocina catalana de Barcelona competían por los 5.000 euros de premio y por el prestigio publicitar­io del galardón. El juego obliga a hacer estrategia­s que no siempre se ajustan a la coherencia y la honestidad. Ribas actúa como un factor de justicia correctora que ojalá se pudiera trasladar a otros ámbitos de la actualidad. A la justicia, sin ir más lejos.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain