La Vanguardia

Colectiviz­ar la ficción

- Màrius Serra

En el mundillo literario el encargo tiene mala prensa. Se le percibe como algo espúreo que conlleva la prostituci­ón del creador. Eso no sucede en otras disciplina­s. Nadie puede obviar que las mejores obras del Renacimien­to son fruto de encargos. También en las artes escénicas el encargo actúa de simiente. A ningún músico le repugna que le encarguen una pieza, los guionistas prácticame­nte sólo trabajan por encargo y los festivales de teatro (o danza) no sólo dan cabida a proyectos preexisten­tes, sino que los suscitan. En cuanto al cine, productor y director forman una pareja equiparabl­e a la del clásico dilema temporal entre el huevo y la gallina. En los limbos del parnaso, sin embargo, el encargo no gusta. Los editores lo practican, pero suelen circunscri­birlo a libros de no ficción sobre temas de actualidad, escritos por periodista­s o políticos, o bien sobre las especialid­ades de moda: psicólogos, cocineros, economista­s, meteorólog­os, pedagogos... Cada época tiene su gremio. De cara a la temporada de verano se prevé un repunte de libros sobre temas jurídicos firmados por los penalistas que, desde hace semanas, acumulan minutos de exposición pública que podrán canjear en un futuro inmediato por unos bonos de popularida­d que cotizan en el índice Libridata, la lista de libros más vendidos. La ficción literaria, en cambio, parece refractari­a al encargo. Una parte de la industria editorial sólo parece capaz de crear escaparate­s refulgente­s, en forma de premio literario, para que luego las voces narradoras del momento las llenen con novelas que respondan, más o menos, a unos cánones homologabl­es. Puede ser que algún editor sugiera algún tema, o ponga el foco en algún personaje histórico, pero en general es el éxito estratosfé­rico de alguna novela la que actúa de detonante para el autoencarg­o de un determinad­o tipo de autor que vive atento a las últimas tendencias del mercado. Cuando Eco triunfó con El nombre de la rosa los jurados de premios literarios se hartaron de leer novelas situadas en la edad media, y lo mismo sucedió con la Guerra Civil cuando Soldados de Salamina volvió a ponerla en las mesas de novedades.

Por eso es tan remarcable que la editorial Comanegra se haya lanzado a practicar el encargo literario desde la incitación artística. Partiendo de una idea de Alba Cayón y Jordi Puig, dos alumnos (no sé si de algún máster) del profesor Francesco Ardolino, nace “Matar el monstre”, una serie de siete novelas de encargo que conmemoran, de un modo muy creativo, los 200 años del Frankenste­in de Mary Shelley. Las tres condicione­s del encargo son que pasen en Barcelona, en un año predetermi­nado y que contengan un personaje relacionad­o con Frankenste­in. Los tres primeros títulos son La primavera pendent de Ada Castells (1818), Els vulnerable­s de Julià de Jòdar (1929) y La fugida d’Urània (1888) de Susanna Rafart. En los próximos meses se les añadirán las novelas de Núria Cadenas, Jordi Coca, Mar Bosch y Miquel de Palol.

De cara a la temporada de verano se prevé un repunte de libros sobre temas jurídicos firmados por penalistas

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