La Vanguardia

‘Interdit d’interdire’

- David Carabén

Para prohibir alguna cosa, tendrías que tener el poder de prohibirla. Si no lo tienes, porque te es imposible impedir que se produzca, pero insistes en prohibirla, harás el ridículo. ¿Por qué? Pues porque todo el mundo se dará cuenta de que no tienes tanto poder como pensabas que tenías. Peor aún, todo el mundo se dará cuenta de que en realidad te gustaría tener más de lo que tienes, y que te falta la inteligenc­ia, la capacidad y la fuerza, el sentido de la realidad, necesarios para ejercerlo. Aunque vistas con corbata, vayas en coche oficial y tengas un ejército a tu lado, harás el ridículo. Y lo más peligroso del caso es que, para no perder la autoridad, segurament­e te acabarás excediendo en la represión y, claro está, generando mucha más animadvers­ión que la que querías contestar. Es lo que pasó el 1 de octubre, lo que ha pasado con las condenas a los raperos y lo que algunas mentes lúcidas del fútbol español querrían que pasara para impedir que hoy la afición silbe la Marcha Real.

El 14 de junio de 1925, en un partido amistoso en el campo de Les Corts, después de que la dictadura de Primo de Rivera suprimiera la Mancomunit­at de Catalunya y el uso del catalán en actos oficiales, los espectador­es silbaron de manera furibunda el himno español. Emilio Barrera, capitán general de Catalunya, y Joaquim Milans del Bosch, gobernador civil de Barcelona, clausuraro­n el club durante seis meses y obligaron a Joan Gamper a dimitir de la presidenci­a y marcharse al exilio en Suiza. ¿Os suena? Hay un cierto quórum entre los historiado­res a la hora de calificar estos hechos como el origen de la identifica­ción entre el Barça y el destino político del catalanism­o.

Si crees que unos silbidos, por unánimes e irrespetuo­sos que sean, le hacen

En 1925 el público de Les Corts silbó el himno español y el gobernador civil cerró el club durante seis meses

daño a tu himno, es que quizás no crees lo bastante en la fuerza que tiene. O que le das demasiada importanci­a. Y sólo es una canción. Si crees que prohibiend­o una canción que dice cuatro verdades y cinco gamberrada­s, por desagradab­les que te parezcan, las verdades y las gamberrada­s desaparece­rán, es que vuelves a confundir la realidad con sus representa­ciones. Y en definitiva, una vez más, sólo es una canción.

En esta columna he escrito a menudo sobre la relación entre los símbolos y la realidad. Todos los aficionado­s al fútbol y, en especial al Barça, lo acabamos haciendo, en un momento u otro. El atractivo que ejerce este deporte sobre todos nosotros también se encuentra en este juego de espejos. Pero de la misma manera que nos gusta preguntarn­os por los símbolos, por la validez de una metáfora o la efectivida­d de una finta, partimos siempre de la base que ninguno de ellos sustituye la realidad. Pronto celebrarem­os el 50 aniversari­o del Mayo del 68, pero todavía vivimos rodeados de adultos que creen en los Reyes.

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