La Vanguardia

Completa normalizac­ión

- Ramon Aymerich

La situación económica en Catalunya es de “completa normalizac­ión”, afirma ante el canal CNBC Román Escolano, actual y discreto ministro de Economía español. Cuando lo dice, añade que eso ha sido posible “tras la instauraci­ón del orden constituci­onal”. Es una coletilla que debe ser obligatori­a para los miembros del Consejo de Ministros, pero que cuando se escucha a distancia, suena como si estuviera hablando de un país devastado, como en aquellas guerras en las que los malos echaban sal a los campos para arruinar las cosechas.

También esta semana, el FMI ha repensado su posición sobre la crisis catalana y sus efectos sobre la economía. En octubre, la entidad dijo que todo pintaba muy mal. E incluso habló de riesgo de contagio a Portugal. Hoy no ve esos peligros por ninguna parte. Tanto es así que ha mejorado (en esta ocasión en cuatro décimas) las previsione­s para este año.

El FMI tiene su propia dinámica a la hora de hacer sus previsione­s. Le van las montañas rusas. Pero en lo esencial se ha comportado de manera muy parecida a otros organismos que hicieron pronóstico­s sobre los efectos de la crisis catalana. Seis meses después, la realidad los ha invalidado. Hay dos explicacio­nes posibles. Una, que la economía catalana tenga una resilienci­a excepciona­l frente a los acontecimi­entos políticos. Que es poco probable y aún más difícil de medir. Otra, que aquellas previsione­s

Seis meses después, la realidad ha invalidado los pronóstico­s que se hicieron sobre la economía

fueran realizadas en un contexto político que contaminó de tremendism­o unos pronóstico­s ya complejos (de hecho, el Banco de España admitió que no había modelos para calibrar lo que iba a ocurrir en el futuro tras una crisis como aquella).

El problema del tremendism­o para el que lo practica es que genera anticuerpo­s. De tanto oír decir que las cosas van mal, cuando el receptor de la informació­n lo contrasta con lo que ocurre a su alrededor, acaba por desconecta­r. Le concede nula credibilid­ad al emisor de esos mensajes. Hasta el punto que acaba creyendo que la economía catalana ha salido indemne de la fase aguda de la crisis política. Pero no es exactament­e así. El paisaje (el del poder) ha cambiado. Y eso ha permitido presenciar hechos que hubieran sido inimaginab­les hace sólo un año. Por ejemplo, ver a Josep Oliu poniendo orden en una agitada junta de accionista­s en Alicante. O a Jordi Gual y a Gonzalo Gortázar expresarse en el valenciano de La Safor en otra junta de accionista­s en València. O comprobar que los Benetton, una familia a la que teníamos por sinónimo de dedicación a la moda, son ahora también los actuales copropieta­rios de nuestras autopistas y torres de telecomuni­caciones.

Para acabar. Las cosas no están como estaban hace seis meses. El día a día ha incorporad­o también a un invitado no deseado, la legislació­n del 155. Lo peor del 155 no es que se dejen de hacer determinad­as cosas. O que algunos proveedore­s digan en voz baja que mejor así, porque cobran antes (porque las prioridade­s de la actual administra­ción no incorporan criterios políticos ni sociales). Lo peor es que se acabe pensando que esa administra­ción es prescindib­le.

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