Los rivales republicanos de Trump
Aún faltan dos años y medio para las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos, pero nada hace pensar que el presidente Trump no aspire a la reelección. Hasta sus polémicas medidas comerciales parecen diseñadas para complacer a aquellos electores –ciudadanos blancos sin educación superior y excedentes de sectores industriales en declive ubicados en algunos estados del Medio Oeste– que tan decisivos resultaron en su victoria del 2016.
La historia muestra que los últimos presidentes en ejercicio que no obtuvieron la reelección tuvieron previamente serios problemas para que sus respectivos partidos les nombraran candidatos oficiales. Fue el caso de Gerald Ford, que obtuvo la nominación republicana por los pelos frente al exactor y exgobernador Ronald Reagan en 1976, para caer posteriormente ante el gobernador Jimmy Carter. Al propio Carter le pasó lo mismo cuatro años después, que tras imponerse trabajosamente en las elecciones primarias del Partido Demócrata al senador Ted Kennedy, sucumbió luego ante el ya citado Ronald Reagan. La historia del último presidente que no obtuvo la reelección, el recientemente enviudado George Bush padre, es ligeramente distinta, porque el desafío al que le sometió el periodista y analista Pat Buchanan para obtener la nominación republicana en 1992 no fue tan intenso, pero el resultado final fue el mismo: la derrota, en su caso ante el gobernador Clinton.
Ha llovido mucho desde entonces y se han sucedido en el cargo tres presidentes –Bill Clinton, George Bush hijo y Barack Obama– que sí fueron reelegidos, cumpliendo por tanto los dos períodos de cuatro años consagrados por la Constitución, pero es evidente que ninguno de ellos suscitó tantos recelos en sus respectivos partidos como los que suscita el actual inquilino de la Casa Blanca, un auténtico advenedizo en la formación política que ha dado a la historia de la nación presidentes como Abraham Lincoln, Dwight Eisenhower o Ronald Reagan.
Así que en estos momentos se da la paradoja de que en el campo demócrata no se visualiza ningún candidato claro que eventualmente dispute la presidencia a Trump en el 2018 con posibilidades de éxito, pero sí los hay, algunos muy evidentes, en el republicano.
Si hubiera que apostar, yo lo haría por Paul Ryan, actual speaker (presidente) de la Cámara de Representantes y candidato a la vicepresidencia en el ticket que encabezó Mitt Romney en el 2008. Ryan, que anunció recientemente que deja el Congreso al término de la actual legislatura, ha vivido un infierno durante la presidencia de Trump, abrumado por la lealtad debida a un presidente teóricamente de su partido pero anárquico, caprichoso e imprevisible, presionado a su derecha por los agresivos cachorros del Tea Party y a su izquierda –es un decir–, por el establishment republicano, cuya máxima prioridad es que la economía funcione. Ryan representa como nadie la ortodoxia republicana y el conservadurismo sin aspavientos.
Luego está el senador Ted Cruz, finalista en la campaña del 2016 y máximo representante de la derecha religiosa, un sector del electorado comprensiblemente escandalizado por las andanzas de un presidente acusado de pagar –que se sepa por ahora– los silencios de una actriz porno y de una modelo
Paul Ryan, Ted Cruz y Nikki Haley despuntan como candidatos con grandes posibilidades de éxito
sacada de las páginas centrales de la revista PlayBoy. Cruz se presenta a la reelección para renovar su escaño por Texas este noviembre y, si lo logra, pocos dudan de que vuelva a intentar llegar a la Casa Blanca en el 2020.
Pero, sin duda alguna, lo que sería un auténtico puntazo es la candidatura de Nikki Haley, actual embajadora norteamericana ante las Naciones Unidas y exgobernadora de Carolina del Sur. Su nombre de soltera era Nimrata Nikki Randhawa, lo que delata el origen indio de sus padres, indios de la India y no de las praderas norteamericanas. Haley acaba de tener una bronca con el impresentable de su jefe a costa de la sanciones a Rusia y no sería de extrañar que siguiera los pasos de Ryan y abandonara su actual cargo para encarar objetivos más ambiciosos. Ciertamente, es una de las mujeres con más probabilidades de convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos. Y por edad –46 años–, podría ser hija de Donald Trump.